Jueces sin juicio
El bochorno provocado por la actuación errática de Moreiras en vísperas del Pilar ha logrado que pasara a segundo plano un acto protagonizado también por jueces, aunque no en el ejercicio de la función jurisdiccional, sino en el de la "nueva función política actual que ha correspondido a la Justicia". El número circense de Moreiras produce vergüenza; la doctrina impartida por Garzón y Navarro suscita inquietud, hasta el punto de que es necesario preguntar si la abrumadora presencia de algunos jueces ante las cámaras y los micrófonos, en los más diversos escenarios de los mercados públicos, no comienza a afectar irreparablemente a su sano juicio.Garzón se revela, en el prólogo escrito para el otro juez que, agradecido hasta el indecoroso halago, define su actuación como síntesis, de "todo el esplendor y toda la legitimidad del Estado de derecho", como un regeneracionista de los pies a la cabeza. Y como no podía ser de otra manera en individuo de tal especie, invoca en su cruzada a un supuesto ciudadano que "está harto de todo y de casi todo", que vive "día día con el alma en vilo", convencido de que mañana será peor, perdido y desanimado, propenso al "pesimismo indolente' casi abúlico", confuso, atónito, hundido en el conformismo como único refugio para eludir "una angustia intolerable por momentos".
Ya tenemos, pues, al buen pueblo en escena: alguien debe ser culpable de su mísera condición. Y siguiendo el ' guión del taxista, que es el más correoso de los regeneracionistas hispanos, Garzón señala con ademán justiciero al malo de la película: el Poder. Ah, amigo, el Poder, la "cleptocracia, la canallocracia, el envilecimiento y la putrefacción del poder" añade el otro juez con retórica no ya noventaiochista sino de la más rancia estirpe de Campazas. El caso es que hemos llegado a una situación "absurda y demencial" en palabras de Garzón, a un "abominable espectáculo", una "infamia", una "gravísima crisis del sistema, del Estado y de la legalidad", en palabras del colega.
Hasta aquí, estos jueces en papel de desfacedores de entuertos tan gustosamente asumido -no hay más que ver la cara de felicidad con que siempre salen a escena- no añaden ni una tilde a la tragicomedia de la regeneración nacional. Tampoco hay novedad alguna en parodiar al célebre autor de Raza y clamar enfáticamente que más vale "un final con horror que un horror sin final", ni siquiera resultan originales cuando afirman en un momento de la pieza, con el gusto carnicero del. regeneracionismo, que son "necesarias medidas quirúrgicas certeras". Lo nuevo, lo que constituye una aportación genial al guión eterno del 98 es un inesperado protagonista que, irrumpiendo en la "escena frenética" conseguirá que "se resuelva el desenlace".
¿Y quién será ese nuevo cirujano de hierro encargado de... ¡resolver el desenlace!? Pues nada menos que el independiente, el autónomo, el autárquico PODER JUDICIAL. Las circunstancias históricas, escribe Garzón, obligan al Poder Judicial (ambas con mayúscula no vaya a ser que comencemos a faltarle el respeto) a extender su actuación a la "resolución de conflictos sociales, económicos y políticos" conseguir "una mayor relevancia política" y centrar su labor en "el control de los otros poderes". A él bastará que le controle "el ciudadano", que es como decir que sólo rendirá cuentas ante Dios y ante la historia, pero él tiene como misión controlar al Poder.
Garzón ha mostrado fehacientemente su afición a la política, hasta el punto de que no sintió remilgo alguno en pedir a los ciudadanos dubitativos de 1993 -y éramos entre dos y tres millones- el voto para un candidato al que desde años antes tenía como cabeza de una banda de terroristas de Estado. Bien está que haga política, si tal es su gusto. Pero alguien debería recordar a este magistrado que reclamar para el Poder Judicial una "nueva función política" consistente en "la confrontación con los demás Poderes" es sencillamente aberrante.
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