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Reportaje:

Reunión de objetos vividos

Un millar de curiosos en el mercadillo de muebles del circuito del Jarama

Antonio Jiménez Barca

La frase más pronunciada ayer por las más de mil personas que se desplazaron a las proximidades del circuito del Jarama a ver, admirar e intentar comprar alguna antigüedad fue: "Oiga, esto, ¿por cuánto?". La segunda pregunta más planteada, generalmente después de la anterior, y ya con un cachivache antiguo bajo el brazo, consistió en distintas variantes de "¿Y dónde coloco yo ahora esto?". Eso dijo una señora con un pie de lámpara de principio de siglo, un señor con una mecedora de madera y un joven de 27 años con un cuadro que alguna vez fue un anuncio. Pero nadie pagó las 300.000 pesetas que costaba una formidable escafandra de buzo como las que salen en las portadas de algunas novelas de Julio Verne. Hasta escondía salitre en las junturas de cobre.Los 80 anticuarios y almonedistas -la diferencia entre ellos estriba en la antigüedad de los objetos con que trabajan- que se reunieron ayer para vender sus artículos emplearon un método nuevo en Madrid, pero muy habitual en Francia. Los vendedores llegan por la noche al lugar de la cita -generalmente, a campo abierto- con un camión abarrotado de antigüedades. La procedencia de las cosas, muchas veces, tiene origen truculento: herencias no queridas por los descendientes que optan por deshacerse de los trastos del abuelo a fin de repartirse el dinero resultante de la venta en bloque.

Ayer, a las ocho de la mañana, y tras un bocinazo, los anticuarios comenzaron a bajar objetos de la parte trasera de los camiones y a exponerlos en el suelo; fue el momento para que los profesionales del ramo entraran, curiosearan y cambalachearan. El público en general, siguiendo la costumbre de este tipo de mercados, no pudo acceder al recinto hasta dos horas después, con lo que las bicocas ya habían volado en manos de algún experto.

Según Carmen Rico, una veterana en ferias de antigüedades, estos mercados "crean afición". Rico explica en qué consiste la verdadera afición: "Cuando compro algo intento saber la historia de la cosa, a quién ha pertenecido; me gustan estos objetos porque están vividos", cuenta.

En una de las esquinas del improvisado mercado trabajaba ayer Ricard Larraya, un almonedista vocacional que de feria en feria recorre el globo al volante de una furgoneta. Sorprendía la facilidad con que era capaz de acordarse de la procedencia y del precio de cada uno de sus aproximadamente mil objetos, ya fueran pastilleros o trombones. "Un pastor tampoco olvida el padre de cada una de sus ovejas", explica. "Yo colecciono juguetes antiguos y bañeras de ojos, una especie de hueveras de cristal que se empleaban antiguamente para lavar los ojos", dice Larraya. "Cuando me canse, lo venderé todo", concluye.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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