El escándalo de la Babel madrileña
Hace 25 años, el alcalde Arias Navarro ordenó decapitar las torres de Colón, pero los tribunales las indultaron
Aquella mañana de finales de 1970 las cosas no le iban bien el arquitecto madrileño Antonio Lamela, pero el taxista que le llevaba al Ministerio de la Vivienda estaba realmente inspirado. Al pasar por la plaza de Colón, el taxista señaló, en dirección a- la calle de Génova, a un par de esqueletos de hormigón que lucían en su extremo superior dos extraños copetes y, creyendo que su cliente ira de fuera, le explicó que las obras de aquellos armatostes, estaban paradas porque el arquitecto se había vuelto loco y había querido empezar la casa por' el tejado. Añadió el conductor que el inventor de las construcciones ahora estaba en el manicomio y nadie sabía cómo continuar aquel absurdo proyecto.El taxista no supo nunca que el supuesto loco al que se refería iba sentado en el asiento trasero de su automóvil y que aquellos dos adefesios de los que hablaba se convertirían cinco años más tarde en las torres de Colón.
Hoy, 25 años después, Antonio Lamela, de 68 años, recuerda divertido aquella anécdota que no era más que el reflejo de la ardua y larga polémica que su proyecto de torres gemelas construidas al revés y colgadas a unos 16 metros del suelo por dos tirantes que las comprimen hacia arriba, levantó en la capital.
El escándalo de la Babel madrileña, como lo bautizó la prensa, había estallado el 24 de julio de 1970, hace cinco lustros, al año aproximadamente de haber se iniciado la construcción de los edificios parejos.
Carlos Arias Navarro, alcalde de la capital, anunciaba a bombo .y platillo que las futuras torres de Colón serían decapitadas por sobrepasar en nueve metros el proyecto inicial aprobado por la Gerencia Municipal de Urbanismo. Hasta entonces los madrileños habían contemplado con estupor el ritmo vertiginoso al que crecían aquellas dos larguiruchas estructuras de hormigón 'que pretendían desafiar las leyes de la gravedad: la construcción, para sorpresa de todos, se había iniciado de arriba abajo gracias a una moderna técnica que pemiute colgar los edificios. Nadie daba crédito a lo que veía. Incluso algunos colegas de Lamela dudaban. de que éste estuviera en sus cabales.
El único que no había osado levantar las cejas era don Cristóbal, que asistía petrificado a lo que los munícipes habían denominado eufemísticamente "ordenamiento dila plaza de Colón" y por cuya causa habían sucumbido el histórico Palacio de Medinaceli, la antigua Casa de la Moneda y las casitas ubicadas entre la calle de Génova y el paseo de la Castellana, en uno de cuyos pisos Benito Pérez Galdós había escrito alguna de 'sus novelas y sus Episodios nacionales.
La controversia ocupó inmediatamente las páginas de los rotativos madrileños y la opinion pública se dividió en dos bloques claramente polarizados entre quienes pedían el indulto para las torres y los que exigían que las decapitaran.
En cualquier caso, muchos se extrañaron de este rigor municipal en una época en la que los especuladores actuaban a sus anchas mientras el Ayunta miento de Madrid hacía la vista gorda cuando se edificaba encima de zonas verdes, permitía los rascacielos y otorgaba licencias de obras a edificios cuya construcción ya había concluido.
En la actualidad, Antonio Lamela está seguro de que la paralización de las obras de sus famosas torres se debió a la crisis de popularidad que entonces atravesaba Carlos Arias Navarro: "El alcalde pensó que aquella construcción no era del agrado del pueblo madrileño y creyó que era un buen momento para jugar una baza populista y recuperarse políticamente. Por eso tomó la decisión".
"A mí me sorprendió", continúa Lamela, "que tomara esa decisión sin avisarme ya que conmigo mantenía buenas relaciones, e incluso me había encargado un proyecto para el Ayuntamiento. En la entrevista que mantuve con él reconoció que había consultado el tema con los juristas y arquitectos municipales y que todos le habían corroborado que no había razón para detener la construcción de las torres"
El arquitecto argumenta que el edificio no excedía de la altura. que señalaban las ordenanzas porque éstas permitían elementos estructurales u ornamentales por encima del límite señalado y,' además, la idea de hacer una construcción elevada en ese lado de la plaza que una imposicion municipal: "En las bases del concurso se exigía literalmente una unidad arquitectónica de marcada verticalidad".
Pero Carlos Arias insistió en su empeño y dio un plazo de tres meses para la demolición, que expiraba el 1 de noviembre de 1970.
El Ayuntamiento tenía la sartén por el mango -en septiembre, el derribo se daba por hecho- pero nunca pensó que los propietarios de las torres, la empresa Osinalde S A, recurrirían a los tribunales. Se equivocó. Durante los tres años que duró el litigio, los dos núcleos centrales con los copetes encima permanecieron inmutables. Muchos madrileños llegaron a pensar que en realidad las torres estaban prácticamente terminadas porque desconocían que las estructuras eran tan sólo la espina dorsal del futuro inmueble.
Por fin, en 1973 los tribunales dieron la razón a los constructores, y a la Casa de la Villa le salió el tiro por la culata. El Ayuntamiento, metido en un callejón sin salida, se vio obligado a negociar con la empresa, que exigía una reparación por daños y perjuicios.. Dada la tradicional precariedad de las arcas municipales, la compensación municipal consistió en permitir la construcción de oficinas- ya que en principio las torres de Colón estaban destinadas para uso de viviendas. Y de esta manera también fue posible que poco tiempo después una famosa abeja, la de Rumasa, se posara sobre ellas.
Arriesgada apuesta
En el amplio estudio del arquitecto. Antonio Lamela, fundado en 1954 y ubicado en la calle de O'Donnell, abundan las fotos y maquetas de las torres de Colón. Fue una de las obras más discutidas de la capital pero este arquitecto de origen gallego y nacido en Carabanchel Bajo, vio recompensada su arriesgada apuesta.En el congreso de arquitectura celebrado en Nueva York en el año 1975 se consideraron las torres de Colón como el edificio "de más avanzada tecnología en construcción".
A finales del año 1992 el aspecto exterior de las torres de Colón cambió por completo. Fueron recubiertas de una pantalla de cristal en color ámbar y en la parte superior se instaló una estructura conocida como el enchufe, que oculta en su interior parte de las escaleras de incendio que la nueva normativa de seguridad obligó a colocar.
El arquitecto del escándalo siguió su andadura: Lamela es autor de numerosos proyectos en la capital, entre ellos la remodelación del estadio Santiago Bernabéu, el centro Meliá-Madrid de Princesa, el barrio San Ignacio de Loyola, el centro de Galaxia o el edificio Pirámide del paseo de la Castellana.
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