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Genios al anochecer, malditos al amanecer

Los actores de La Zaranda viven cada noche tras su función el rito de la madrugada madrileña

Todos las noches, todavía con el aroma de la resaca verbal y etílica en la cabeza, se suben al escenario del teatro de La Abadía para oficiar lo que llaman su rito sagrado: un espectáculo' bello y onírico, de estética y concepción diferentes, llamado Vinagre de Jerez. Luego se quedan libres y poco a poco, a lo largo de toda la madrugada, se transforman, a golpe de copas, acritud, referencias literarias y versos lanzados al aire, en esos personajes noctívagos, llenos de fuerza y color, que Madrid gozó y padeció, sobre todo, a finales del siglo pasado y en la primera mitad del siglo XX. Hasta la medianoche podrían ser herederos de Kantor, de Beckett o del artaudiano teatro de la Muerte. De ahí, hasta bien amanecida la mañana, son los herederos directos de los Ramones (Valle-Inclán y Gómez de la Serna), de todos los creadores malditos que han transitado por la madrugada madrileña formando una ciudad fantasmagórica y lúgubre a la que sólo tienen acceso los poseedores de un lúcido desgarro.,Paco Sánchez, Eusebio Calonge, Gaspar Campuzano y Enrique Bustos destilan a lo largo de la noche un sudor hecho de vino: "Nada de tonterías de esas de los americanos".

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Como Ramón, siempre irse el último

A veces, sobre todo a Paco, le sale el jerezano y se le desgarra la garganta entonando una coplilla. Aparecen en la noche esos cantes que en su espectáculo nunca llegan a brotar. Sobre el escenario no hay concesiones. Allí, nadie mejor que ellos sabe contar la historia de un guitarrista que no sabe tocar, un bailarín que no sabe bailar y un cantaor que no sabe cantar. El título del montaje, Vinagre de Jerez, lo encontraron en una de las muchas horas que pasan en la Venecia, la popular tasca madrileña de la calle de Echegaray. A pocos metros de allí, en la taberna de Los Gabrieles, donde también han machacado los hígados y la memoria en infinitas tertulias con aires de vanguardia, hallaron, en la cerámica que decora las paredes, la esencia del arte de la esqueletomaquia de Ragel y la incorporaron a su montaje.

Los del café del Pombo se sentaban en torno a un vino que a veces compartían entre varios. Ellos sólo se sienten atraídos por las barras de bares alejados de cualquier aire de modernidad. Lo suyo, dicen, es un teatro de la memoria. Quieren también que sus garitos, que sus tascorras tengan esa memoria impregnada en las paredes. Entre chato y chato pasean- por las calles de lo que ellos han convertido en su Madrid. Barrios del centro, siempre rondando Lavapiés.

Sus noches guardan paralelismos con, sus. montajes, mucho más conocidos fuera de España que dentro. Por el escenario y por las calles ejercen de voyeurs, como si todo lo miraran a través del ojo de las cerraduras. En sus rutas nocturnas en busca de otros ritos atraviesan muchas noches el callejón del Gato; aquel donde Valle-Inclán encontró la esencia del esperpento. Aún están allí algunos de los espejos delatores de las deformadas realidades. Pero sólo quedan los convexos. De los que Gaspar exclama en un jerezano cerrado, que a esa hora ya casi hay que traducir, que "no son cóncavos, son conversos, como los jodíos". Paco queda ensimismado largo tiempo delante del más deteriorado de los espejos y concluye: "Si Valle viviera, trabajaría con nosotros, estaría en La Zaranda volviéndose loco; hoy hace 100 años que Ramón dio el primer bastonazo en una mesa del cafe Gijón al tiempo que gritaba: 'Mueran los cabrones de la Academia". Y lo que dice no es insensato.

Un chico formal

Mientras balbucean unos versos de Rimbaud, miran el trasero de una chica que pasa cerca de ellos. Paco la aborda y la propone matrimonio, no sin antes decirle que lo suyo es amor y que es un chico formal que quiere casarse. Son las cuatro de la madrugada. Nadie le cree. Él espera que al menos le dé palique la popular cerillera del pasaje pegado al teatro Español. Paco la. increpa: "Te quiero, aunque sea mentira". Ella, con sus ojeras cargadas de recuerdos, le regaña: "Eso no se dice de mentira, eso sólo se dice cuando es verdad. A partir de ahí la idea de ir hacia el viaducto para emprender un vuelo infinito surge de vez en cuando a lo largo de la noche.

Sus espectáculos, sus noches, sus palabras formando improvisados poemas siempre son recurrentes. Tienen ráfagas de arte minimalista. Algunos amigos, con los que comparten la madrugada, simplemente les llaman pesados. Pero para los espectadores, sobre todo aquellos que logran entender su difícil ética y estética, y para gran parte de la críticas son unos genios.

Vinagre de Jerez, en La Abadía (C/ Fernández de los Ríos, 42): Días 8 y 15 de octubre, a las 19.00 horas. Del 11 al 14, a las 21..00. 2.000 pesetas.

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