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FUTBOL: SEXTA JORNADA DE LIGA

De la miseria a las puertas del milagro

El Madrid se derrite frente al Valencia al principio y resurge en un partido inolvidable

Santiago Segurola

En el mejor de sus sueños, Luis imagina partidos como éste que jugó el Valencia: su equipo recogido, todos alerta al error de los rivales, la presión intransigente, la pelota quitada y el contragolpe de vértigo, sencillo, de tres pases, antes de que la defensa se es tabilice. Luego, el gol. Los goles. La goleada. En los sueños de Luis, su mejor partido será a ritmo de contragolpe, terminará en goleada y sucederá en una noche grande, frente al Madrid o así. El sueño de Luis se realizó en la primera parte de un encuentro imponente que puso al Madrid de rodillas durante media hora, en tregado al ejercicio de precisión del Valencia -contragolpe y gol, contragolpe y gol...-, abocado sin remedio a las críticas, a la crisis, a la histeria que preside el club, al sentimiento de culpabilidad. Pero la vibrante reacción madridista en el segundo tiempo -tres goles, un tiro al palo, el equipo sobre el campo rival, la sensación constante de que el milagro era posible- rescató al equipo de Valdano del barro y lo puso donde duelen las derrotas, pero donde triunfa el orgullo. Al final de este partido tremendo, queda el fútbol como un espectáculo incomparable, lleno de pasión y belleza.En el más infeliz de sus sueños, Valdano teme que su equipo se ahogue en un baño de errores estúpidos, que pierda el norte por falta de respeto a principios básicos en el fútbol: defensores que pierden la pelota en posiciones cruciales, errores conceptuales en los marcajes, un aire funcionarial en el juego y la inaceptable ausencia de grandeza. Los dos sueños se cruzaron en la primera parte y pusieron Mestalla al borde del delirio. El plan de Luis obré maravillas y el Madrid se entregó preso de sus lacras.

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El partidazo

El partido siguió un curso vibrante desde el principio. El Madrid quiso la pelota y el Valencia quiso el contragolpe. Pero el perfil del juego quedó resumido en la vaselina que estrelló Fernando contra el larguero apenas comenzado el encuentro. Fue un acción veloz y precisa del Valencia frente a la desorientación de la defensa del Madrid. Aquella jugada marcó todo el recorrido de la primera parte, que se convirtió en un ejercicio de precisión del Valencia en los contragolpes y en un goteo imparable de errores defensivos del Madrid.

Además de los goles había una cuestión de actitud. El Valencia estaba preparado para matar. Quería cobrar su pieza y lo hacía a su manera, con la voluntad para presionar y con la facilidad para tirar los contragolpes de la mano de Fernando y Mijatovic, que hicieron una sangría en la defensa del Madrid. Desde las líneas madridistas no había nada que ofrecer. La resignación sólo era comparable a la ausencia de recursos para detener el temporal. La defensa era vulnerable y el centro del campo interpretaba rematadamente mal sus funciones. Milla se hizo invisible, superado por los acontecimientos y por esa dificultad que tiene para cambiar el signo de las cosas, y Redondo fracasó en su nueva posición. No tuvo ni presencia, ni decisión, ni energía.

Mestalla era una fiesta con la sucesión de goles. Pero el sueño de Luis acabó en el medio tiempo. En algún lado de los jugadores del Madrid, probablemente en su corazón, había una reserva de orgullo, de la voluntad necesaria para rebelarse contra los errores, contra el resultado, contra el ambiente, contra el miedo. El ejercicio de voluntad del Madrid fue memorable. Su reacción tuvo esa parte de enloquecimiento y ceguera que lleva a los equipos hacia lo imposible.

Resuelta la imposible ecuación Milla-Redondo en beneficio del jugador argentino, el Madrid tiró con todo en un ejercicio frontal, lleno de riesgos, pero verdaderamente hermoso. Tras el gol de Laudrup, jugó a golpe de cometa: cada ataque sobre el área del Valencia era una amenaza de gol. Todo se volvió trepidante. El Valencia resistía a duras penas el acoso, sin la vista en el contragolpe, sólo preparado para la supervivencia. Marcó Alkorta el segundo del Madrid y aquello era una locura. El sobresalto era general en las gradas y en el campo, donde dos equipos morían por alcanzar sus objetivos. Abandonado a la carga final y alentado por el coraje, el 'Madrid desafió finalmente la cordura y permitió el contragolpe que produjo el cuarto gol del Valencia. Pero ni esa calamidad rebajó su orgullo. Marcó el tercero en el penúltimo minuto y todavía buscó el empate. Fue un equipo que pasó de la miseria a la grandeza, un equipo que murió con todos los honores en un partido inolvidable.

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