Nómadas a la fuerza
El Ayuntamiento expulsa a nueve familias de feriantes de Hortaleza cuyos niños están escolarizados allí desde hace años
Llevan la trashumancia en su sangre, pero desde hace días son nómadas a la fuerza. Nueve familias de feriantes españoles de origen húngaro han sido expulsadas del distrito de Hortaleza por el Ayuntamiento. Allí seguían acampadas con sus caravanas desde hace una década, y sus hijos estaban perfectamente escolarizados en la zona.En verano salieron a trabajar por los pueblos en fiestas. Cuando a mediados de septiembre regresaron al solar que ocupaban en la calle de Roquetas de Mar, el consistorio les impidió el paso. A pesar de estar empadronados en Hortaleza y de tener en este distrito asignado el médico y escolarizados a los niños, se han tenido que trasladar a un alejado páramo entre Barajas y Paracuellos del Jarama. Pero tampoco les dejan estar allí.
Este periódico ha intentado durante dos días conocer la versión del actual concejal de Hortaleza y Barajas, Jorge Barbadillo; pero, a pesar de las reiteradas llamadas, no lo ha conseguido.
En el colegio público San Miguel, de Hortaleza, donde estudian los 17 niños en edad escolar de estas familias, ha cundido una honda preocupación: los chavales llevan 15 días sin ir a clase porque están lejos de su escuela, y, con la incertidumbre de no saber dónde acabarán, tampoco pueden matricularse en otra. Uno de ellos, con nueve años y síndrome de Down, fue admitido en un centro especializado, pero esta mudanza forzosa ha puesto muy difícil su asistencia.
El lugar donde permanecen por el momento estas nueve familias -formadas por una veintena de adultos y 33 niños- es un descampado polvoriento sin agua y alejado del núcleo urbano. Mientras los adultos intentan resolver la situación, los niños, aunque se pasan el día jugando, añoran la escuela.
El pasado martes, cuando tres maestras del centro se acercaron al lugar para ver si podían ayudar, los chiquillos se les echaron literalmente al cuello emocionados. "Han hecho los deberes del verano y se pasan el día diciendo que quieren ir a clase", explica una de las madres. No es que los críos sean unos empollones. En realidad, fueron escolarizados de forma tardía porque antes hacían nomadismo con sus padres. Pero le han cogido gusto al colegio.
Puerto Moreno, profesora de compensatoria del centro San Miguel, explica que los chavales iban a clase muy ilusionados y estaban bien integrados. "No sólo los chiquillos venían contentos a clase, es que los padres no faltaban a ninguna de las reuniones a las que les convocábamos, porque valoran que los chavales aprendan", añade. "Parece mentira que se les haga esto", concluye. El futuro de los húngaros, como les llaman, preocupa en la escuela; y varios profesores han intentado interceder ante la junta municipal, con escaso éxito.
En verano, estas familias recorren las ferias con sus casetas de tiro y sus puestos de chucherías. En invierno, son los de la cabra: músicos ambulantes que, con un organillo y un micrófono, cantan por las calles. Varias de estas familias, con una media de cinco hijos, reciben unas 60.000 pesetas mensuales d el ingreso madrileño de integración (IMI), una ayuda para personas en situación de pobreza.
Sus padres eran húngaros. Pero ellos y sus hijos son españoles. Ahora, sólo su tendencia a la trashumancia, su abuela (vestida de zíngara de pies a cabeza) y sus apellidos (Marincowich, Orvich) dan fe de sus orígenes.
"Nosotros no somos chabolistas", afirman, creyendo que se les prohíbe acampar donde siempre porque el consistorio quiere impedir nuevos asentamientos de favelas. Sus hogares son caravanas, unas mejores que otras, y autobuses habilitados como viviendas. Se trata de alojamientos donde no sobra el espacio, pero dotados de cocina baño, depósito de agua, luz y literas.
Algunas mujeres, a pesar de su apurada situación, y en un intento de buscar explicaciones al asedio municipal, no vacilan enser autocríticas. "La verdad es que entre nosotros hay quien es limpio y quien no; y quizá debiéramos habernos esforzado más en mantener aseado el solar donde estábarnos", se plantean. "Quizá se ha quejado algún vecino", reflexionan.
Después de años de nomadeo, hace una década sentaron plaza en el distrito de Hortaleza. Primero plantaron sus caravanas y sus autocares-vivienda en la avenida de la Virgen del Carmen; después, como los terrenos eran necesarios para edificar, les trasladaron junto a la estación de tren de este barrio.
El año pasado les llevaron a la calle de Roquetas de Mar, en Manoteras. Allí tenían un terreno asfaltado y algunos servicios. "Podíamos coger agua y luz pagando los recibos", explica José Marincowich, de 43 años y padre de cinco chiquillos. "Antes de irnos de ferias en junio, firmamos un papel con el anterior concejal' [Jorge Tapia] en el que acordábamos que dejábamos el terreno para salir a trabajar, que se cubría de tierra para que nadie entrase en él y que en septiembre volvíamos", añade Marincowich. "Hace 15 días, cuando regresamos porque iban a comenzar las * clases de los niños, vimos que no nos retiraban la tierra del solar y que cuando acudíamos a la junta para hablar con el nuevo concejal [Jorge Barbadillo] no nos recibía, y nos decían que está prohibido poner chabolas y acampar", añade. Así que se mudaron al descampado que ocupan en la actualidad.
Ayudados por personas más instruidas, han escrito al Defensor del Pueblo; al alcalde, José. María Álvarez del Manzano, y al presidente de la Comunidad, Alberto Ruiz-Gallardón. "Pero ni aquí nos dejan estar, porque todos los días viene la Policía [Municipal] y, de muy malos modos, nos dice que nos marchemos".
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