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FÚTBOL 4ª JORNADA DE LIGA

El Madrid mejora su aspecto

El equipo de Valdadano ofreció una imágen más optimista, pero le faltó llegada ante la portería del Betis

Santiago Segurola

El Madrid superó en Heliópolis los graves síntomas de depresión que amenazaban su futuro, pero salió del partido con un resultado demasiado chato para sus intereses. La progresión de su juego fue meritoria. Empezó vacilante, pero llegó a tener una autoridad incontestable en la parte central del encuentro. Cuando su posición era mas amenazante -había pasado de controlar la pelota a manejar el partido- sufrió la expulsión de Quique, un impacto imposible de superar.El efecto de la cautela presidió la noche. El Madrid jugó con el lastre de sus problemas y el Betis con el estilo que le caracteriza: un equipo bien armado para defender, áspero y firme, con la mirada puesta en el efecto sorpresa del contragolpe. Frente al Madrid multiplicó su querencia conservadora y esperó su oportunidad con una paciencia oriental. El Betis no abandonó su sentido especulador en ningún momento, convencido de que sus posibilidades pasaban por pescar la victoria en alguna desatención defensiva del Madrid, tan frecuentes en los últimos tiempos.

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El Madrid se metió en el partido con aprensión. En estos momentos es un equipo herido que ha perdido violentamente su prestigio durante el verano y el comienzo del campeonato. El título no le ha añadido la red de seguridad que se espera en estos casos. La tendencia autodestructiva del club -sometido a tensiones extraordinarias- ha alimentado aún más la sensación crítica que se vive en el Madrid. Por supuesto, el juego también sale resentido de la pérdida de estima que se aprecia en el equipo. Sin embargo, el Madrid tuvo la punta de coraje para mantener sus convicciones futbolísticas. Tuvo el orden y el balón, un estilo al que agarrarse en un partido táctico de esos que se resuelven con un gol o no se resuelven.

El primer tercio del partido se escurrió en una guerra sorda: el Betis esperaba en la trinchera y el Madrid tanteaba el juego con algunas dificultades. En ese tramo del encuentro las dos áreas estuvieron prohibidas. El Betis, porque la rechazó; el Madrid, porque tardaba en encontrarla. Pero entre los dos equipos había una diferencia sustancial: el Madrid tenía el balón y a partir de su posesión comenzó a crecer. Sus problemas eran de indefinición. La defensa jugaba con autoridad y Redondo parecía sobrepuesto a la presión de una semana terrible. Pero desde ahí se producía una disolución que se hacía más evidente cuanto más cercana estaba la frontera del área. Rincón no se enganchaba al partido y los dos extremos -Amavisca y Luis Enrique- funcionaban sin claridad ni precisión.

La maquinaria madridista comenzó a prosperar con la primera aparición de Raúl, pasado el primer tercio del encuentro. Fue un jugada que comenzó de forma corriente: regate y conducción de Luis Enrique hacia el interior, la entrega horizontal a Raúl, situado como media punta y, de repente, la luz: un pase rapidísimo, lleno de belleza, hacia de Zamorano, que cortaba como un tiro por el área. El pase era para el mano a mano con el portero y así sucedió, pero Zamorano descargó un remate contra Jaro, en lugar de medir el tiro. La jugada fue un síntoma de lo comenzaba a suceder: el Madrid tenía la pelota y empezaba a usarla con criterio. Durante veinte minutos, pasó de la convalecencia a la salud, a ofrecer la misma pinta de la pasada temporada. Había una autoridad indiscutible. El giro del partido se hizo evidente en el cuarto inicial del segundo tiempo. El Madrid había unido sus piezas. Defendía con el rigor que le había faltado en los últimos partidos, se aseguraba la pelota y los volantes de ataque daban señales de vida. Sólo le faltaba el empujón para desatar el partido. No fue posible: la expulsión de Quique en una entrada que no fue punible fue mortal para el Madrid. El partido volvió a equilibrarse por el efecto de la expulsión. El Madrid, que había atisbado la victoria, volvía a la situación del principio: metido en una guerra sorda, una guerra para el empate. El Betis consiguió tomar un poco de aire y llevar de nuevo el juego al centro del campo, donde volvió a vivirse el duelo sin brillo del primer tiempo. Esas fueron las condiciones generales hasta el final. Las particulares las puso Raúl, que se decidió a ganar el partido como fuera. Si no lo consiguió fue por el árbitro, que pasó de largo un penalti sobre el delantero madridista. Fue una decisión determinante sobre el resultado: ese partido daba como mucho para un gol.

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