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Tribuna
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La diferencia

En el oasis se cantaron el otro día melodías sorprendentes: "Lacalle, vigila, te queda poca vida", en alusión al concejal del Partido Popular, un señor joven y deportista del barrio de Pedralbes que quedó muy azorado, "ETA, mátalos" y "Recordad a Ordóñez", estos dos últimos estribillos dedicados conjuntamente a la cúpula del partido, que había ido a ofrecer flores a Rafael Casanova, héroe catalán del setecientos. El oasis ha reaccionado con estupefacción: al fin y al cabo, en Cataluña hace mucho que no se vierten en alto -y mucho menos rimando, coreadas- amenazas semejantes contra personas. Al día siguiente, además, quemaron buena parte de una sede de pueblo del PP, lo que implica una cierta reincidencia. Por lo tanto, sí, es cierto: se ha extendido aquí, entre el palmeral, un repeluzno, una espumita blanca como la que quedó en la laguna de Mururoa tras la explosión subterránea.

Es el mismo rictus, sin embargo, que se le formó al paisaje durante los años de Banca Catalana: somos maestros en forzar el olvido, pero en la primera mitad de los ochenta los socialistas catalanes recibían con frecuencia el salivazo, el insulto y la amenaza cuando iban a llevar flores a Casanova. Y su líder, Raimon Obiols, fue agredido suciamente, a la puerta del Parlament, cuando se disponía a votar contra la investidura de Jordi Pujol. Sin embargo, hay diferencias sustanciales entre las dos épocas: entonces los socialistas agacharon la cabeza con humildad y para siempre, atenazados por su tenaz complejo de ser malos patriotas. Y entonces, también, Pujol, el jefe, era un político que subía, con todo bajo su control: español del año y un gran estadista potencial. Hoy, en cambio, los apestados levantan la cabeza, sin complejos, legitimados. Y Pujol... bien, Pujol ya ha tenido la oportunidad de ser un gran estadista.

Un viento sombrío bate el palmeral y su futuro.

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