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Tribuna
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Urbes de Noé

Algo muy importante está pasando. A medida que las personas se desarraigan de las ciudades, los animales se adaptan más a ellas. El fenómeno está en sus comienzos, pero es evidente, y las grandes poblaciones de la Comunidad de Madrid son claro ejemplo.Con el paso del tiempo los gorriones del parque de Berlín se han vuelto tan urbanos, tan sociables, que tapean, y además de gorra. Sólo empadronándoles podría conferírseles más carta de ciudadanía. En las terrazas de los bares circundantes no se conforman ya con las migas. Se suben a las mesas ocupadas, observan y eligen. Sólo canapés, raciones o aperitivos aparentes. Nada de aceitunas añejas o patatas de chicha y nabo, pues bien saben que esos camareros que han crecido con ellos sacan tarde o temprano mejor y más nutritiva sustancia. Por cada antipático que los espanta, hay media docena que les ríe la gracia, y ellos tan panchos. Viven en Chamartín hechos unos señoritos, olvidados ya los tiempos de la dieta de basuras y gusanos.

La ciudad que se hace cada vez más hostil a los bípedos racionales muta en una dirección inesperada. Cada vez es más grata a las bestias, y tal afirmación no alude en modo alguno a los "nacional bakaladeros", pues aquí se trata de especies de bien, de las que en su día fueron admitidas en el Arca de Noé tras la debida acreditación de decencia y utilidad en tal o cual ecosistema. Se trata, por ejemplo, de la estirpe de Pitonisa. Melancólica andaba la bicha, una pitón anoréxica y desdentada, muerta de asco en su terrario y acaso añorante del perdido paraíso de calores, florestas y diluvios, cuanto la metrópolis, generosa, se abrió de repente a ella. Fue el día de la tromba de comienzos de junio, aquella tarde tremebunda que empezó con un bochorno de todos los demonios y acabó en reedición del Diluvio, acontecimiento durante el cual, por cierto, nació Pythón, la hija de Gea que puso madriguera unifamiliar en Delfos. Madrid era una comarca de la vera del Amazonas, un chollo, una resurrección para Pitonisa, que olvidó sus achaques y se fue, tejados de Benigno Soto arriba, a disfrutar la noche madrileña. Y la urbe le pareció aún más familiar, más suya, cuando, ya en su salsa entre la tromba, percibió los alaridos selváticos procedentes del Garaje Hermético y el rum-rum totémico de la tribu, sin duda caníbal, que danzaba con botellones en el jardín cercano. Aquella noche Pitonisa decidió ir al odontólogo y rehacer su vida. La ciudad es lo suyo.

Pero no son las andanzas de los pajaritos y la serpiente los únicos indicios. Meses atrás la prensa nos contó que al amanecer de un sábado fue avistado un buitre esperando el autobús por la zona de Menéndez Pelayo. ¿Se puede pedir una prueba más clara de lo que se está comentando? Un soberbio falconiforme accipitrido, con su gran pico, su cráneo mondo y sus tétricas plumas, no sólo acredita plena integración en el medio urbano copeando el viernes como tantos otros bichos vivientes, sino que, además, demuestra su entendimiento de la civilización al renunciar a volar de vuelta a casa un poco alegre, y decide tomar el autobús sensatamente. Está claro que en Madrid pueden habitar muy bien los buitres.

Y mediado julio llegó la confirmación definitiva del fenómeno. Las agencias echaban humo divulgando el hallazgo de la iguana de Alcorcón. No vivía bajo una piedra, junto a los castillos, ni en ningún secarral cercano, qué va. La enorme lagartija de cresta dentada y espinoso papo estaba en un pisito, soportando la torradera de aquellos días en el cúbo de la fregona. Sibarita, el saurio. Es de suponer que pertenece a la subespecie de iguana delicattissima, algo distinta de la iguana común, que es de la misma familia, pero más rupestre. Si tan notorio ejemplar es capaz de vivir en julio en un bloque de Alcorcón es innegable que estos animales se han vuelto urbanitas. Nótese además que a la familia de los iguánidos pertenecen los basiliscos, seres no sólo naturales de las ciudades, sino casi siempre regidores de las mismas.

Un vuelco planetario, pues, está empezando a producirse. Los humanos hacen ademán de regresar al campo mientras las grandes ciudades se vuelven aptas para pájaros, rapaces y reptiles.

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