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"Temí que los buitres me arrancaran los ojos al verme inmóvil"

Habla la montañera que sobrevivío malherida en un barranco de Picos de EuropaLa mujer recuerda conmovida como sobrevivío herida y sola en la niebla

RAFAEL FRAGUAS "Temí que los buitres, al verme inmóvIl y ceerme muerta, me arrancaran los ojos a picotazos". Tal fue el riesgo más inquietante de cuantos se cernieron sobre la montañera y profesora Carmen Sánchez Cardillo, de 52 años. Tras cinco interminables días en completa soledad, herida y suspendida sobre la pronunciada ladera brumosa de un monte en los Picos de Europa, a 2.400 metros de altitud, esta maestra palentina afincada en Torrejón de Ardoz logró sobrevivir. Tras su rescate por un helicóptero en la inclinadísima falda de los montes Albos, junto al Naranjo de Bulnes, Carmen cuenta por teléfono su peripecia desde un hospital de Oviedo, donde, deshidratada y malherida, fue ingresada el. sábado."Caminaba sola por un sendero en dirección al Naranjo. Me desvié del camino. En un repecho resbalé súbitamente por una pendiente muy inclinada, de 600 metros de profundidad. Rodé sin freno hasta que quede junto a una roca. Mi pierna derecha estaba rota por la tibia y el peroné. .No podía. moverla. Abajo se abría el abismo"

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"Creí ver el sol por última vez

VIENE DE LA PÁGINA 1"Mi otra pierna había quedado enganchada por la bota en un pequeño hueco" añade. "Todo mi cuerpo estaba inmovilizado y suspendído peligrosamente sobre el barranco. Al menor movimiento me hubiera venido abajo, rodando 600 metros por la pendiente, donde se, hallaba el confín de aquella ladera", subraya.

No sólo los buitres llenaron de pánico a Carmen. "Los rebecos que triscaban por la rocas de la parte superior de la ladera hacían desprenderse piedras que, de haberme golpeado, que hubieran hecho precipitarme pendiente abajo", dice.

"Iba sola. Este fue mi grave error. Los montañeros debemos subir al monte acompañados siempre", se lamenta esta profesora de Historia del Arte, soltera y sin hijos,. que añora a sus alumnos. Carmen, que no perdió nunca, el ánimo, sólo transgredió las. normas de los montañeros sobre la compañía. "Llevaba un cuarto de kilo de queso de Cabrales fresco, medio bollo de pan, un compuesto de, glucosa y algunos caramelos, así como media cantimplora de agua", cuenta. "Cada día comía unos gramos de pan, otros pocos de queso y un traguito de agua'. Pero todo se me acabó. La sed era terrible".

"A veces" cuentá con una alegría teñida de nostalgia, "me que daba mirando el atardecer o el alba". Las lágrimas acudían en tonces mansamente a, sus ojos cuando pensaba que podría ser el último fogonazo de sol que le que daba por ver. "Pero siempre estuve, preparada para cualquier: desenlace: la vida o la muerte", dice con dulzura. Su gozo fue enorme cuando, tras casi cinco largos días en aquella posición, envuelta por la bruma, escuchó el áleteo de las aspas de un helicóptero. "Bajo mis pies la niebla, formaba un mar de nubes que me separaba de mis rescatadores; ellos no podían verme y no acertaban elevarse más por hallarse cegados por la bruma", dice "pude agitar un chubasquero rojo que tenía conmigo y por 'fin me vieron. Desde el helicóptero", destaca Carmen, "un médico maravilloso bajó hasta mí y me puso suero en vena;. me curó unas llagas en la pierna , lo que no olvidaré nunca.... me dio de beber agua, en una cantimplora", dice con agradecimiento.

"Jamás había pensado en el valor que el agua fresca tiene para mantener la vida"-, señala.- "Me gustaría pedir que nadie tire nunca un vaso de agua y que lo ofrezca en señal de amistad. Pensé que tras haber superado' las primeras horas de aquel trance, sólo la sed me mataría; el traguito de la cantimplora del médico fúe la expresión ciérta de que sobreviviría Ahora Carmen espera, desde la habitación 968 del hospital ovetense, ser dada de alta y regresar a su instituto de Torrejón de Ardoz

Su fórtaleza y su tesón si como el de sus rescatadores, le salvaron de una muerte segura.

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