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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chirac y el ministro liberal

LA DIMISIÓN forzada del ministro francés de Economía, Alaín Madelin -el primer ministro, Alain Juppé, se la pidió- liquida las promesas electorales y pone en marcha las realidades gubernamentales. Madelin encarnaba la revolución cultural", la lucha contra "el pensamiento único" y contra la "tecnoestructura". Su liberalismo, a ultranza le llevaba a pedir "menos Estado y más empresarios", a proclamar la conveniencia de suprimir el. salario mínimo, ir hacia una desaparición de ciertos subsidios y una reducción importante del número de funcionarios. Madelin creía en la iniciativa privada y ponía en cuestión el capitalismo de Estado heredado en el que se apoya el gaullismo. Durante la campana electoral fue uno de los dos ideólogos de Jacques Chirac, que prometió reducir al mínimo la presión fiscal, tal y como le aconsejaba Madelin, al tiempo que decía que mantendría las llamadas "conquistas sociales", tal y como propone la tradición gaullista que encarna Philippe Seguin, el otro pensador.

Unas recientes declaraciones del dimisionario ministro de Economía y Finanzas cuestionando los privilegios de los funcionarios en cuanto a su sistema de jubilación indignaron a sindicatos, partidos de izquierda y gaullistas. Alain Juppé, el tecnócrata encargado por Chirac de reconciliar los gatos con los ratones, ha dicho basta. Ciento un días han sido suficientes para poner de relieve las contradicciones del programa chiraquiano y Juppé le ha dicho a Chirac que tenía que elegir entre una crisis de Gobierno y un otoño caliente, todo eso teniendo en el horizonte la amenaza de manifestaciones antinucleares. Ya conocemos la respuesta.

La dimisión de Madelin cabe interpretarla como una victoria de Juppé, pero también como un debilitamiento de su Gobierno y de la imagen de Chirac. A fin de cuentas, la crisis pone de relieve el peligro de prometerlo todo. El liberal Madelin tenía razón en muchas cuestiones, al menos cuando planteaba preguntas, aunque no siempre sus respuestas fuesen convincentes. Por ejemplo, existe una situación de agravio comparativo entre el trato que reciben los funcionarios y el que merecen el resto de los trabajadores cuando les llega la hora de la jubilación. Los sindicatos, en este caso, han optado por un trasnochado comportamiento corporativo de defensa de los privilegios, olvidando el derecho a la igualdad. Madelin también quería acabar con los miniparaisos fiscales creados durante la primera cohabitación, se supone que para favorecer el desarrollo de los territorios de ultramar y, en la práctica, tapadera para que las grandes fortunas pudieran dedicarse al tráfico de yates o a las operaciones inmobiliarias. La izquierda no se atrevió a acabar con ese flujo de dinero incontrolado y Madelin ha pagado con el cargo el denunciarlo.

Lo cierto es que el Gobierno de Juppé, que se había amputado voluntariamente del ala balladuriana de la mayoría, se queda ahora sin su ala liberal, sin el PR (Partido Republicano), un grupo minúsculo, conocido tanto por los escándalos ligados a su financiación como por su condición de taller de ideas de la derecha. El presidente Chirac, al ser elegido, tenía derecho a disolver las cámaras para buscar una mayoría más coherente a su alrededor. No lo hizo y dejó que Juppé, que tiene fama de ser un hombre tan inteligente como rencoroso, marginase a varias familias influyentes del centro-derecha. Ni Simone Veil, ni Charles Pasqua, ni Nicolas Sarkozy o FranQois Leotard hallaron acomodo en un equipo gubernamental que no por eso se ha revelado más coherente. Ahora Madelin reemprenderá desde el exterior sus predicas liberales y hará más evidente que Chirac fue elegido con un programa imposible y que nunca quiso poner en práctica.

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