Fuga de cerebro
Es un proceso sutil pero implacable: llevo tantos días hablando de la jeta-set y sus derivados no biodegradables, que se me ha reblandecido el cerebro y soy incapaz, por ejemplo, de leerme el texto íntegro de la exposición razonada remitida por el juez Garzón al Tribunal Supremo y publicado ayer en exclusiva por este mismo periódico. Es más, veo un escrito de más de diez líneas y sin foto, y me entran sudores. Cuando vuelva a la vida civil, o simplemente a la vida, tendré que encerrarme unos días con Richard Gere en algún sanatorio budista para potenciar lo espiritual e intelectual que hay en mí. Claro que siempre me quedará la alternativa Mecano Lama, pero Nacho está muy ocupado tejiendo y destejiendo a Penélope Cruz, y en cambio Gere es más asequible: ahora mismo retoza cual Pantoja en una playa italiana junto a una simple camarera part time interesada también en el budismo.Y es que hay que confraternizar con el personal de servicio, que es exactamente lo que ha hecho Eduardo de Inglaterra, el príncipe-actor especializado en personajes femeninos de Shakespeare y dicen que también en los miembros de la Marina, y no precisamente la de Cela. Resulta que su leal valet, Brian Osbourne, que debía de estar pensando a saber en qué, quizás en Alberto de Mónaco, olvidó cerrar los grifos de la bañera victoriana de Buckingham Palace donde Eduardo iba a darse una sesión de real remojo, y, cuando se percató, heavens, se quedó como yo ahora cada vez que veo un texto largo: petrificado. El bueno de Brian ya había sufrido un olvido semejante hace tres años, lo que supuso un coste de 15.000 libras en reparaciones, y en éste su segundo e inconsciente intento de convertir el palacio en Aquapark pensó, con horror, que iban a despedirle. Así que corrió hacia el lugar de los hechos perdiendo como quien dice el trasero, y lo que allí encontróse devolvería la fe en la monarquía al republicano más recalcitrante, si es que lo hubiera: el propio y vero Eduardo estaba sentado en la taza del inodoro, con una amable sonrisa; se había encargado de cerrar los grifos conduciendo personalmente al volante de su propio yo. Lección de sencillez que, en Sotogrande, reproduce su cuñada Fergie cada vez que entra y sale con las niñas, llevándolas personalmente de su propia mano.
La Costa del Sol mejoraría mucho si sólo viniera la realeza británica. En cambio, hay que lidiar con María Eugenia Martínez de Irujo, que está en plan esquivo con la prensa, aunque no se priva de asistir a actos multitudinarios, o con Arianna Hohenlohe, hija del príncipe Alfonso y de la actriz -ella siempre dijo que lo era- Jackie Lane, que ha salido reculta la niña y está estudiando Turismo y Negocios en París. Como ningún conocimiento sobra, la retoña del pionero en el turismo marbellí está haciendo una especie de master -en el Marbella Club, que es a la hostelería, en cuanto a training, mucho más que Miami para Marta Chávarri en cuanto a la meditación posruptura matrimonial.
Volviendo a lo de no poder leer, es verdaderamente espantoso, porque te das cuenta de que alguna vez leíste, de que alguna vez pensaste, de que alguna vez discurriste. Y, sin embargo, aquí estás, sin más interés que el de descifrar lo que pone en los eslóganes de las camisetas que se cruzan contigo por la calle, y eso cuando no te distraen los musculines aceitosos. Es una sensación como de estar perdida y sin colchoneta entre Chernóbil y el wind-surfing.
Sé que, lejos de aquí, están ocurriendo cosas, Incluso catástrofes, guerras, atentados. Sé que, cerca de aquí, están ocurriendo cosas, como sequías, inundaciones, venta de bebés por la calle, y que hasta ha muerto Girón -lástima: si hubiera aguantado un poco habría podido volver a la política, en calidad de asesor laboral-, pero no lo asimiló. Lo único que me apetece es comprarme un chulo sordomudo con la Visa Oro.
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