La palanca
No existe la inteligencia ni la bondad ni la justicia. Sólo existen algunas personas inteligentes, bondadosas o justas. Los valores universales son meras abstracciones, unos conceptos que los filósofos clavan en la pared como coleópteros disecados. Tampoco existe la muerte, sino los muertos. Cuando se extingue una persona inteligente desaparece igualmente una parte de la inteligencia universal. No existe la humanidad. Sólo existen tantos miles de millones de seres humanos concretos y entre ellos están los que el azar ha colocado a tu lado y también los que has elegido a través de sus obras o de su talante para ser admirados. En un mismo día se han ido de este mundo dos seres que uno necesitaba para creer que España no era un territorio absolutamente miserable. Han muerto Luis Burón y Julio Caro Baroja, un fiscal y un sabio, dos personas inteligentes y honradas en las que podía apoyar la palanca cualquiera que tratara de vivir con un mínimo de dignidad. Yo así lo hacía. En estos tiempos de basura convulsa me bastaba con pensar cada mañana que ellos aún existían para creer que no todo estaba perdido. A Caro Baroja lo recordaba de aquella tertulia de viejos republicanos en los bajos de la cafetería Fuencisla de Madrid, donde él zanjaba cada cuestión con un juicio insobornable y preciso. A Luis Burón lo veía pasar cada tarde junto a mi mesa en el café Gijón, con su ceño adusto de labrador calderoniano cuando se iba a jugar la partida de dominó después de haber juzgado. Siempre se suele decir lo mismo: eran los últimos ejemplares de otra época, tipos de los que ya no quedan, pero no es así. Se trataba simplemente de dos hombres que encarnaban unos valores universales, aunque uno pudiera tomar café con ellos. No existe la muerte, sino los muertos. A partir de ahora tendré que buscar un punto de apoyo en otro ser inteligente, justo e incorruptible para vivir confiadamente, alguien en quien apoyar la palanca. Ignoro si esa persona existe en medio de tanta miseria moral. Si no existe habrá que imaginarla.
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