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¿Secesión en Quebec?

El nuevo líder del Partido Québécois (PQ), Jacques Parizeau, se ha comprometido a la celebración de un nuevo referéndum el próximo otoño con vistas a la consecución de la soberanía para Quebec. El observador europeo podía pensar que éste era un tema resuelto desde que, en 1980, el 60% de la población de este territorió canadiense se manifestó en contra de la-iniciativa nacionalista encabezada entonces por R. Lévesque. El observador europeo, sin embargo, haría de este modo notable injusticia a Ia singular interpretación que los. movimientos nacionalistas de signo secesionísta tienden a hacer de este tipo de consultas. De ganarse, introducen un punto final, sin posible retorno, en las relaciones mantenidas hasta ese momento con el conjunto del Estado. De perderse, las cosas no van más allá de la necesidad de plantear ulteriores referendos hasta conseguir el resultado apetecido.El fracaso en 1990 y 1992 de los dos intentos de reforma constitucional promovidos por los federalistas canadienses (los acuerdos del lago Meech y de Charlottetown) han animado la nueva puja nacionalista. De las dudas de sus promotores acerca del apoyo popular hacia su causa es buena prueba el abandono de un lenguaje abiertamente independentista. El lugar que en otros movimientos nacionalistas europeos tiene la bandera de la autodeterminación como fórmula de presentación de las pretensiones secesionistas es ocupado en Quebec por la idea de soberanía. Abierta ya la dinámica del referéndum, los dirigentes nacionalistas han bajado otro escalón en su programa al acompañar la idea de soberanía con la de asociación a la federación canadiense. El riesgo asumido por los nacionalistas al ofrecer una fórmula cuya viabilidad depende en última instancia de la voluntad del conjunto del pueblo de Canadá ilustra los temores a una consulta popular que, de perderse por segunda vez en el lapso de dos décadas, dejaría muy malparadas las aspiraciones del nacionalismo quebequés.

Estas aspiraciones, aunque se modulen y moderen en vísperas del referéndum, se enfrentan hoy con serios obstáculos. La homogeneidad francófona del territorio quebequés ha dado paso en los últimos años a un cambio de pautas demográficas que no favorece a la población de habla francesa. El 40% de la población de Montreal ya no es, francófona de primera opción, como no lo es casi el 20% del total de los habitantes de la región. El competidor lingüístico no es solamente el inglés, sino otras lenguas de la emigración, el español entre ellas. A los ciudadanos canadienses de origen británico o de otros países de América y Asia no puede resultarles atractiva una política nacionalista inevitablemente condicionada. por problemas lingüísticos o de difuso carácter, étnico pese a los intentos realizados por el PQ de llevar sus reivindicaciones a un terreno cívico-político.

Junto a las minorías anglosajonas y de reciente inmigración, conviene no olvidarse de la población india originaria. Su escaso peso cuantitativo queda compensado por el parcial efecto deslegitimador que su propia existencia arroja sobre las pretensiones secesionistas de una población francófona que, en relación a la amerindia, a duras penas puede superar el requisito de genuino indigenismo o disimular su condición de descendiente de colonizadores. Una condición esta última que haría todavía más difícil e injustificada una eventual política de desconfianza por parte del Gobierno de Quebec hacia viejas o nuevas minorías afincadas en su territorio.

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La cuestión de las minorías no es el único ni, probablemente, el principal obstáculo a los planes nacionalistas. La incertidumbre económica que rodea a los proyectos independentistas va a pesar muy seriamente sobre aquellos sectores de la sociedad de Quebec menos deslumbrados por los atractivos de la estatalidad. En este sentido, pudiera ser que el mejor activo con vistas a una, hipotética secesión terminara resultando la más seria amenaza para la viabilidad del proyecto del PQ. Me refiero a la actitud de la mayoría de la población canadiense.

A nadie debería, extrañarle que la mayoría de los habitantes de Canadá termine por de cantarse a favor de una respuesta de tipo checo en relación a las presiones eslovacas. A Canadá le sobran recursos materiales y espacio como para que la sepa ración de Quebec pueda ocasió narle problemas significativos de índole material. Además, a Canadá le faltan la conciencia nacional y la prolongada convivencia histórica necesarias para querer pagar un alto precio ante la superación de unos riesgos secesionistas que, de materializarse, es prácticamente imposible que se tradujeran en situaciones de opresión para la minoría de origen anglosajón. Las facilidades que por este lado quizás termine encontran do el PQ en su camino a la independencia podrían tomarse, sin embargo, en serias dificultades si se optase por la pretensión nacionalista de imponer un nuevo trato al Estado canadiense. Si el referéndum consigue una respuesta afirmativa, es probable qué fuera al fin más fácil ga rantizar a la región francófona su plena independencia que el difuso estatuto de Estado-asociado que parece interesar al nacionalismo quebequés por razones económicas.

Con un porcentaje de paro sensiblemente superior al del conjunto de Canadá y unos problemas de renovación industriál nada desdeñables, el nuevo Estado de Quebec tendría que buscar en el conjunto de América del Norte el lugar que hasta ahora no ha sabido encontrar en Canadá. De hacer caso a las denuncias nacionalistas, podría llegar a entenderse que la acción económica de la federación no haya sido especialmente eficaz para la vida económica de la región. Mucho más difícil de creer es que esa acción o la propia existencia del Estado canadiense haya bloqueado y lastrado el crecimiento económico de Quebec. Que el nuevo Estado independiente pueda imponer a Estados Unidos las condiciones económicas que no habría querido aceptar el conjunto de la ciudadanía canadiense resulta, a primera vista, una pretensión desmesurada. Aspirar a seguir contando con la ayuda de la federación en el marco de un Estado-asociado-soberano pudiera ser todavía menos realista.

No hay duda de que el movimiento nacionalista aceptará con gusto todos los riesgos apuntados a cambio de recorrer los últimos metros de su camino hacia el pleno autogobierno. Está por ver, sin embargo, que la mayoría de los ciudadanos de Quebec, que tan hábilmente ha dosificado hasta ahora la presión nacionalista sobre Ottawa y que ha respaldado el juego del PQ en el conjuntó de la política canadiense, esté dispuesta a dar un paso adelante de tan inciertas y arriesgadas consecuencias.

Andrés de Blas Guerrero es catedrático de Teoría del Estado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

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