Incidente con la guerrilla
Volvíamos a Nazrán, la capital de la vecina Ingushetia. Salimos de Grozni un poco después de las seis, para llegar a nuestro destino con la luz del día. Nos habíamos alejado seis o siete kilómetros al oeste de la capital chechena cuando, de pronto, de entre unos matorrales, aparecieron una decena de hombres armados con ametralladoras Kaláshnikov y lanzagranadas. Llevan sombreros o gorros con la distintiva cinta verde islámica. Son guerreros de Dudáiev. Detienen el coche y nos hacen bajar: al chófer, Bakir, y a mí. Por un momento pense que habían decidido tomarnos como rehenes, pero me equivocaba: querían el vehículo para perseguir a otro, a cuyos pasajeros sí tomaron como rehenes.Mientras se efectuaba la operación, esperamos junto, con unos seis guerrilleros a la orilla del camino. Nos hacen subir a una pequeña colina desde donde se domina la carretera. Arriba hay tres independentistas más, con ametralladoras y lanzagranadas. "Colóquense detrás de ese promontorio, por si la cosa se pone caliente", nos ordena uno.
Pasan los minutos, que se nos hacen eternos, y el auto no regresa. De pronto, Bakir me grita: " i Vamos, vamos, que allí vuelven!". Corremos colina abajo. Los guerrilleros se han detenido a la orilla del camino y no se esconden. Los autos que pasan por la carreteta, al verlos, comienzan a dar bocinazos, y los pasajeros sacan sus brazos y alzan el puño al tiempo que saludan con vivas, a los combatientes de Dudáiev.
Me acerco al que parece el jefe, el comandante Mansur, y le pregunto qué pasa. "Ayer entraron los soldados rusos en Pabédonskoe, esa aldea que se ve allí", me dice señalando al sureste, "y se llevaron a dos chechenos; por eso ahora nosotros tomamos a estos rehenes". Los prisioneros son también chechenos, pero de la oposición a Dudáiev y, a juzgar por el coche capturado, que tiene una sirena, se trata de altos cargos. Sus, nombres y los de los chechenos capturados en Pabédonskoe se añadirán a las listas de, prisioneros que las partes no acaban de presentar en las conversaciones de paz.
"Hasta pronto, si escribe sólo la verdad", me despide Mansur. Bakir Conduce en silencio unos kilómetros y luego exclama: "Basta ya de aventuras". Y si desvía hacia un camino de tierra. En efecto, habíamos tenido ya suficientes. En el camino de Vedenó a Grozni, cerca de Jamkalá, nos vimos de pronto en medio de un tiroteo -las balas levantaban el polvo a la orilla de la carretera y, como detenerse era suicida, Bakir optó por pisar el acelerador a fondo, al tiempo que me ordenaba agacharme- y ya en Grozni, en la famosa plaza Minutka, un camión golpeó al coche por detrás.
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