Ultima voluntad
Aunque comparto la matización expresada por un lector sobre el tono un tanto encabronado del artículo anual de Javier Marías sobre la Ley del Jurado, querría adherirme a su fondo por cuanto ni creo en sus efectos beneficiosos para la aplicación de una más ecuánime justicia (prefiero, si llega el caso, ser juzgado por un juez profesional que por 12 hombres sin piedad... o sin luces) ni, por otra parte, deseo en modo alguno juzgar a nadie, no sólo porque no me siento capacitado, sino porque simplemente no tengo ganas. Pero no me pararía ahí: tampoco siento deseo alguno de formar parte de una mesa electoral, aunque mis convicciones democráticas vienen de tiempos poco proclives a ellas; simplemente, repito, no me apetece pasarme un día entero de clavo cada dos por tres, dada la fiebre electoralista que afecta al país tertuliano, cuando este trabajito, para el que no siento vocación alguna, podrían desempeñarlo voluntariamente otros debidamente remunerados y alimentados.Al hilo de todo ello, y ante el cariz apocalíptico y someramente tenebroso que van tomando los acontecimientos políticos, reivindicaría como última voluntad, en este patíbulo en el que nos han colocado a todos, una Ley de Prevención del Blanqueamiento Incontrolado de Sepulcros, para tratar de contener los cantos jeremiacos de tantos y tantos damboreneas que estarían jaleando la guerra sucia si hubiera salido bien. Y es que los que nunca creímos en ella, tanto por motivos éticos como prácticos. necesitamos amparo ante tanta desfachatez.
Una ley tan higiénica como la propuesta auspiciaría el elemental derecho a no ser importunados por el engrudo hipocritón de tantos apóstoles de la caverna, metafísicamente damboreneas y oficialente montesquieus, alérgicos antes a las urnas y hoy viciosos irredentos. Ya que tenemos que conivir con semejante zurullo, venga a nosotros una ley que impida quel os nuevos clérigos de la moral emergente le echen su agua bendita, porque aun huele peor, que ya es decir.
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