La moral de la fuerza
En el Arte de injuriar refiere Borges que en Ginebra oyó contar cómo Miguel Servet, mientras concluían la preparación de la pira calvinista a la que iba a ser arrojado, aclaró a sus incendiarios contradictores: "Arderé, pero esto no es otra cosa que un hecho. Ya seguiremos discutiendo en la eternidad". Conviene recordar estos antecedentes precisamente hoy, en vísperas de otra pira parlamentaria anunciada para las once de la mañana del próximo jueves con la comparecencia del presidente González en el Pleno del Congreso de los Diputados.La leña para el fuego que se prepara la han acopiado con generosidad encomiable los arrepentidos del GAL, gentes distinguidas, presentadas como ejemplares, acreedoras de la máxima confianza, escogidas para altas y delicadas responsabilidades, llenas de grandes cruces como premio a sus servicios. Gentes, además, según se nos decía, de probada lealtad y acrisolado desinterés, aunque para un observador a distancia pudieran dar ahora con sus confesiones sincronizadas la impresión de estar actuando como si se hubieran constituido, tras un obligado periodo de reflexión penitenciaria, en prometedor consorcio dedicado al ajuste de cuentas pendientes.
En cualquier caso, el público sentado en su butaca de patio asiste a la proyección de una película que llega a tomar figura visible en la pantalla gracias a la chispa luminosa entre ánodo y cátodo, una vez establecido y sostenido un antagonismo de suficiente voltaje y escasa distancia entre ambos polos. Bajo esa luz esclarecedora del arco voltaico desfilan estos días los beneficiarios de pingües sobresueldos con cargo a fondos reservados, los perceptores de sustanciosas comisiones irregulares y el animador de la guerra sucia antiterrorista.
Los espectadores se forman así una primera idea del escogido grupo humano que hasta días recientes merecía estremecedoras solidaridades de los poderes públicos y de un sector relevante de la prensa, tan afiliado ahora al encarnzamiento como antes lo estuvo a la "patriótica" indulgencia. Estos exponentes de ejemplares de la "fragilidad de la condición humana", por decirlo en palabras del ex ministro José Barrionuevo, se afanan cada día más aportando el concurso de nuevas dosis de memoria sobrevenida. Sus recuerdos así allegados resultan tan excitantes como calculados respecto a plazos y efectos sísmico-políticos esperados y representan su contribución esencial a la tarea de transformar el pasado, única forma para los imputados de opta y con probabilidades a un futuro pluscuamperfecto al abrigo de precariedades.
Pero en un plano superior al de estas transacciones prosaicas, más allá de los hermanos Amedo y los hermanos Perote, Milan Kundera nos tenía advertidos de que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido y había descrito con perspicacia el interés de algunos por entrar en el laboratorio donde se retocan las fotografías y se reescríbe la historia. El propio diccionario de la Academia aclara que arrepentimiento es también "enmienda o corrección que se advierte en la composición y dibujo de los cuadros y pinturas".
Se impone recomponer aquel paisaje político del que venirnos y esbozar alguna consideración sobre un concepto muy invocado: el de la moral de la fuerza. Como escribió cierto analista conocido mío, dentro del libro colectivo Terrorismo y sociedad democrática, publicado en enero de 19
82: "Desaparecido Franco, se perdió un tiempo y una oportunidad inigualable para mostrar la calidad del cambio. Las nuevas autoridades pensaban defender el honor de los Cuerpos y Fuerzas de seguridad encubriendo a quienes no merecían sus insignias y sus uniformes". Oficialmente, es probable que se argumentara con que ese proceder contemporizador buscaba no desmoralizar a la fuerza, pero sus consecuencias fueron nefastas, y los socialistas, desde su llegada, se afiliaron a la misma continuidad.
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