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Tribuna
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Acentos

Tres grandes aciertos hay que, reconocerle al género humano: la melancolía, la música y el lenguaje. Sin los dos primeros, su capacidad reflexiva (es un decir) probablemente no superaría ni a la de las gallinas. Y sin el lenguaje aún seguiría haciendo gorgoritos en la copa de los árboles. Pero procuraré centrarme en el asunto, no vaya a ocurrir que sin venir a cuento me encienda y acabe arremetiendo contra el alcalde Manzano (a quien, por cierto, deseo unas larguísimas vacaciones).. Entraré, pues, en materia diciendo que el lenguaje es un sutil mecanismo en el que participan unos agentes tan competentes como bien apañados. A saber: la lengua (órgano húmedo y musculoso), los dientes (huesos externos destinados a la masticación y a la defensa) y el paladar (porción de carne endurecida que apuntala por dentro nuestro rostro). El jefe de transmisiones es un artilugio llamado cerebro, situado en las cercanías, quien, a la hora de operar, sin embargo, no puede sustraerse a distintos poderes externos como son la entonación adquirida, la influencia del clima y el. ritmo personal de quien articula las frases. A. este conjunto de, circunstancias se le llama acento, y ocurre que en la ciudad disponemos de un, gran surtido. Estos modismos surgen en el aire, se implantan, viven y se diluyen casi clandestinamente en las lindes de los barrios, tal, y como hacen los colores, en el espectro.En el centro de Madrid, por ejemplo., en esa franja urbana que abarca Lavapiés, Antón Martín, y Tirso de Molina, no es difícil toparse con individuos que todavía emplean una oratoria de lastre, castiza por demás, más propia del siglo pasado que de esta era de los chips. Resulta sorprendente, comprobar hasta qué punto algunos tópicos (chotis, chulapos, verbenas o violeteras) permanecen emocionalmente en activo. En general, la inflexión de voz que aquí s e practica resulta un pelín brusca e imperativa, como hecha a golpes, y su mejor valedor podría ser Tony Leblanc en algunas películas de timadores. Así todo, pese a su aparente brusquedad, algo cantarín queda en el aire después de la parrafada: y aunque los forasteros identifican a menudo, este acento con la chulería y el faroleo, lo cierto es que su existencia sólo obedece a los dictados de un espíritu socarrón, mezcla de nihilismo y sabiduría. "Tarda en venir el bergantín" dice alguien, en referencia al autobús. "Tempestad en Cibeles" responde otro. Ya se sabe: cachondeo fino.Pero prosigo Marchando a paso medio en dirección noroeste, en menos de una hora llegamos al barrio de Argüelles, donde el personal, de repente, se ha vuelto consmopolita. Lo, habitan marquesas y estudiantes, curas y extranjeros, rentistas y militares, y allí los diversos tipos de habla conviven sin rencillas o complejos. PH neutro, que le dicen. A continuación, caminando media hora hacia el Este, llegamos a Chamberí. En esta franja también se habla con cierta tendencia a la ronquera , aunque de un modo más suave y elástico que en Lavapiés. En mi opinión, dicho reducto carece de futuro en cuanto a maneras propias y pronunciación. Muy cerca de allí, y tras 20 minutos de marcha hacia el Este, se encuentra el barrio de Salamanca. Atención: nada más entrar en esta zona, y sin venir a cuento, empieza a oler como a tenista. A linimento caro. Qué sé yo. Se trata, desde luego, de un fenómeno muy singular, pero curiosamente esta sensación en absoluto desentona con el deje fónético que allí se estila. A menudo, las personas van cargadas con paquetes elegantes (suelen contener objetos de diseño), y además afinan la voz como si sus organismos estuvieran bajos de glucosa. "Ideal, ¿verdad, monina?", puede oírse frente al escaparate de una tienda de moda, donde a la sazón suele exhibirse una ropa finísima y cara del carajo. Abandonamos, pues, precipitadamente el lugar y tomamos Príncipe de Vergara en dirección norte. Pronto entramos en la República Democrática de Prosperidad, un magnífico barrio rojo, lleno de anarquistas, palomas, Jubilados y parques diminutos. Pero sólo es un segundo; el tramo es corto, y enseguida, nos vemos en Chamartín, un territorio poderoso y con gran capacidad de gestión (de hecho, mis últimos trabajos de campo, revelan que la relación ciudadano-teléfono inalámbrico es aquí la más alta de la Comunidad de Madriíd). En toda esta franja el lenguaje se vuelve más práctico y resolutivo, bien entonado, lo reconozco, pero también, algo obtuso y cortante, lo que le resta un importante grado de frescura.

Pero a que continuar: los nuevos tiempos arrasan que es un primor, y los barrios que carecen de escudo, de armas o de árbol genealógico han ido adoptando nuevas normas abiertas, al exterior. En Moratalaz por ejemplo, se habla prácticamente igual que en La Vaguada, que en Canillejas o que en el barrio de la Concepción. Y este detalle viene a revelamos que todo vestigio de singularidad pronto habrá de ser engullido entre las fauces de la gran ciudad. Una especie de monstruo de las galletas en cuyo diccionario no, consta la palabra piedad. De hecho, empieza ya ocurrir que un individuo procedente de Palencia, por ejemplo, pueda parecer de Manoteras, o viceversa; lo que conduce, lógicamente, a considerar irreversible el proceso. Y si no, al tiempo.

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