William Layton
No entra en mi ánimo de los último tiempos escribir en los periódicos, sobre todo, cuando éstos ya disponen de cualificados profesionales que se ocupan de ese menester. Y sin embargo, es llegado el momento de romper ese silencio, precisamente a raíz de la noticia sobre la muerte del gran maestro de la escena, don William Layton.Hace muchos, muchos años, cuando aún en este país se miraba de reojo, se leía entre líneas, se oía el ruido del fondo más que a la canción y una rotunda realidad se iba, inexorablemente, imponiendo, existía un pequeño, minúsculo local en la calle de Magallanes de Madrid (tan pequeño era que precisamente se llamaba así, Pequeño Teatro de Magallanes); en su número 1, cada día, un grupo de jóvenes actores representaba y otro grupo (dado lo reducido de su espacio, no podría utilizarse otra palabra más descriptiva), guiado por un olfato distinto, acudíamos, puntual y fielmente, estableciéndose entre los dos estamentos básicos del teatro una relación tan especial que muy pocas veces desde entonces he vuelto a sentir.
Primero TEI, luego TEC, más tarde, división y CDN y, levitando por encima de todos ellos, una estela de buen hacer reflejada en el maestro de maestros, el director teatral William Layton. Nunca hablé con él, pero su nombre en un programa de mano era más que suficiente garantía para saber que aquella obra (daba igual todo lo demás) tocaría alguna fibra sensible y que jamás, jamás (¡y ya es atrevimiento hacer una afirmación así!) te decepcionaría.
Podría escribir horas y no conseguiría, seguramente, transmitir el cúmulo de emociones que, en cada espectáculo, me ha transmitido. Sólo quiero dejar constancia, desde aquí de que siempre le recordaré, desde mi butaca de espectador, con su minúscula libreta anotando -para mejorar, día a día, sus espectáculos- como un ejemplo de perfeccionismo en la búsqueda de la transmisión de las emociones que insustituiblemente constituye el teatro, y donde la comunión actor-espectador no ha sido ni será jamás sustituida por nada.
Y ojalá que alguien de la bendita e increíble profesión, de sus alumnos o no, coja el relevo y trabaje cada palabra, cada frase, cada gesto, cada minuto de puesta en escena, porque eso, inexorablemente, se transmite al patio de butacas, desde donde, en pie, le doy públicamente mi más cerrado. y prolongado aplauso de agradecimiento.-
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