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Despertar de un sueño

Muchos españoles tuvimos un sueño: el advenimiento de una sociedad y una política distintas que reconocieran, los tres niveles de derechos humanos; pero ni la sociedad ni la política lo han realizado. Nuestro despertar del sueño de hace 30 años no nos ha traído, por ahora, lo que anhelábamos. Las libertades son confusas y no nos satisfacen, porque no son esa libertad amplia y responsable igual para los de arriba que para los de abajo. Las discriminaciones son grandes, y la libertad de que gozan los poderosos es incomparable con la que pueden disfrutar los más débiles. La ley es igual para todos, pero para unos es más permisiva que para otros, bien sea por la ley misma o por las responsabilidades que tienen los socialmente fuertes que no poseen los ciudadanos corrientes.Las declaraciones de derechos humanos se quedan en el primer nivel, y, además, éste es muy defectuoso en la práctica: es el nivel de las libertades que recogió la ya anticuada declaración. universal de 1948 y su aceptación plena por el papa Juan XXIII en el plano cristiano. Su sorprendente encíclica papal, si se compara con las del siglo XIX, tan enemigas o suspicaces con toda libertad civil pública, pretendió ser rectificada a los 10 años de publicada, pero este intento pasó sin pena ni gloria, a pesar del esfuerzo del cardenal Roy en nombre de la comisión pontificia Justicia y Paz. Era un documento totalmente inusual: este cardenal romano se dirigía al Papa públicamente haciéndole ver que lo que fue excelente de Juan XXIII y de la ONU, se había quedado ya desfasado. Pero todo quedó en olvidadas palabras sin que nadie hiciera caso alguno de la inteligente y valiente postura de ese alto jerarca y de sus huestes seglares. Sin embargo, este infructuoso deseo ni siquiera ha tenido el correspondiente intento en el mundo internacional de ese burocrático e ineficaz orgánismo que se llama Naciones Unidas.

El segundo nivel está todavía más lejano: es el de los derechos económicos, sociales y culturales para todos, en un mundo desigual e injusto que se olvida del Tercer Mundo, o incluso lo aparta cada vez más de la igualación mínima necesaria, tanto en riqueza económica como en no discriminación social y en progreso generalizado de la cultura, no sólo para los países del desarrollo, sino también en todos los tramos de los pueblos desarrollados que viven sumidos en las diferencias injustas que hemos creado los países y las clases privilegiados.

Pero ésto no es nada si lo comparamos con el tercer nivel. El de la solidaridad, el de sentirnos uno con todo y con todos, porque cualquier cosa que hagamos repercute para bien o para mal en los demás y, a la larga, se dirige contra nosotros como un bumerán sin que lo podamos evitar. Es la ley de la reciprocidad, que enseñaba el viejo político Confucio, como regla de conducta civil, y que en nuestro orgulloso y pretencioso Occidente la habíamos olvidado y ahora empezamos a sufrir sus consecuencias. Es el efecto mariposa, que gobierna como una férrea diosa al mundo y que los clásicos llamaron Némesis. Sin la justicia con los demás, con el ambiente y con uno mismo, el mundo no va a mejor, sino a peor.

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Esta crisis ecológica, pacífica y convivencial, al recordar serenamente los problemas que han surgido incluso cerca de nosotros, nos deja perplejos, y nuestros pequeños problemas nacionales se quedan minúsculos. Y, sin embargo, por ellos hemos de empezar y no predicar eso que se ha llamado "la fonetización de los valores", a lo que tan acostumbrados nos ha tenido tantas veces la Iglesia y ahora los líderes de la sociedad, sean políticos o intelectuales. El ejemplo y la realización son más necesarios hoy que la simple enumeración de bellas palabras que nos dejan engañosamente satisfechos.

Leer, reflexionar, llevarlo todo ésto poco a poco a cabo en nuestra conducta cotidiana. Éso es lo que más falta nos hace. Una política no sólo general, sino concreta y realizada por cada. uno, que intente un mundo distinto, y que empezará a ser más humano porque practico yo en mi conducta: la libertad responsable, la justicia y la solidaridad, tanto en los grandes como en los pequeños actos de la vida, sea en la vida social o en la vida individual. Me sugería todo esto la lectura y reflexión de dos libros que recomiendo: un libro mayor, Triunfo en su época; y un libro menor, Españá 1982-1995: de la fascinación al quebranto. El primero es un libro colectivo escrito por quienes tuvimos, un sueño pendiente de realizar, el que supuso la revista Triunfo, y que describe la historia de aquel empeño; y el otro es una colección de artículos de un sociólogo jesuita, Norberto Alcover, que nos hacen reflexionar sencillamente sobre esos 13 años de inicio de una realidad que soñamos, pero que no se plasmó como queríamos, y que tras las elecciones todos sus fautores -los dos de la transición, la postransición, y lo siguiente que venga- debían reconocerlo serenamente para llegar a ello de verdad, lo mismo desde el Gobierno qué desde la oposición.

Este último autor se declara socialista porque cree necesaria una justa distribución de la riqueza de carácter realista, buscando salidas hacia esa justicia y solidaridad pendientes -dos niveles por realizar y declarar más claramente-; pendientes, digo, lo mismo entre nosotros que en el mundo fuera- de nuestras fronteras.

El Estado, que muchos apelan a él para solucionarlo todo, es un monstruo excesivo que debe pasar a la sociedad algunas de sus funciones, para que la democracia inicial que tenemos se convierta en una eficaz democracia de participación y no sólo de representación como es ahora. La sociedad tampoco debe funcionar únicamente a base de jueces y leyes, si bien sean necesarios ambos. Las leyes no lo pueden todo, y menos cuando no son claras, ni, pocas, ni consultadas con el pueblo, como pedía nuestro Juan Luis Vives en el comienzo del Siglo de Oro. Los magistrados. no deben ser en la práctica un poder absoluto, porque son hombres y no se les puede cargar sobre sus hombros una tarea desproporcionada. La clave está entonces en una ética cívica por desarrollar y educar, sin la que todo lo demás será inoperante en el de arriba lo mismo que en el de abajo.

Muchos pensamos que en política no hemos salido todavía del franquismo en muchas de nuestras reacciones y costumbres inconscientes, y me atrevería a definión esta conducta con una observación del francés Montaigne: "Es necesario que el pueblo ignore muchas verdades, y crea otras muchas falsas". No, así no debemos seguir; el pueblo debe tener un protagonismo mayor, todo no se puede cocer arriba, hay qué compartirlo con la gente de la calle y buscar no sólo su voto, sino su ayuda y participación mucho más extendida.

¿Perderemos entonces la esperanza? No, porque podemos y debemos decir a los políticos, faltos de vista y de altura demasiadas veces, lo que señaló Hamlet a Horacio: "Hay algo más en el cielo y en la tierra de lo que ha soñado tu filosofia". Nuestros sueños populares desbordan esos estrechos límites, y nos hacen ver una perspectiva más amplia que es posible a pesar de todo.

Enrique Miret Magdalena es teólogo seglar.

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