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Los aristócratas se ponen el buzo

Breukink, Bernard y Bugno sobreviven a duras penas en el pelotón

Carlos Arribas

Lo de Bernard tiene un pase. El corredor francés se reencontró con la pasión del ciclismo trabajando duro para Induráin cuatro años, y ahora, en la edad de su declive, se ha visto recompensado con el modesto liderato del pobre Chazal. Lo de Bugno también es entendible. El italiano ha hecho el acople decisivo entre deseos y realidades cuando ha visto que nunca podría con Induráin. Sigue siendo una estrella y comportándose como tal, aunque hayan pasado los años en que era la gran esperanza blanca. Su status no ha bajado. Lo que es más complicado de entender es el caso Breukink, el otro superviviente de la manida generación del 64, la de Induráin, la que habría de cambiar el mundo.Erik Breukink es holandés, no gana una carrera desde hace dos años y trabaja de gregario en un equipo español, el ONCE, a las órdenes de un francés, Laurent Jalabert, y de un suizo, Alex Zülle. Y cuando se habla de órdenes, se habla de una jefatura indiscutida, promovida con mano firme por el director Manolo Sáiz. Breukink ha visto su sueldo reducido a más de la mitad de lo que cobraba en años anteriores e introducidas en su contrato primas por victoria. Es un corredor que terminó su carrera a los 26 años, o al menos la carrera estelar que se presumía en un ciclista que figuraba como un posible ganador, y que a los 31 sigue vistiéndose diariamente con culotte y maillot y limpiándose la badana. Entrenándose en solitario y pasando crisis. Y espera seguir haciéndolo un par de años más. Ayer comenzó a disputar su noveno Tour. "Al principio, de joven, uno corre por afición", cuenta. "Después se hace profesional y piensa en la fama y en el dinero. Ahora sólo corro por dinero y, claro , también porque me gusta Hay quien dice que a Breukink tampoco es que le haga mucha falta el dinero, que su padre, dueño de una fábrica de bicicletas es millonario y que él lleva ya nueve años de profesional con buenos contratos. "El que mi padre tenga dinero no significa que lo tenga yo", dice. "Los hijos se tienen que ganar la comida".

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Un caballo ganador

Breukink quedó tercero en el Giro a los 23 años, segundo a los 24 y tercero en el Tour a los 26. Era un caballo ganador. Su llama se apagó justo antes de que se encendiera la de Induráin. "Quizás me prodigué mucho de joven", dice. "Empecé enseguida a correr dos grandes vueltas al año y puede que me quemara. Después subí enseguida al podio y pensé que seguiría ascendiendo. Pero no subí lo suficiente. El cuerpo dijo basta". El presunto sucesor de Hinault tomó nota de la evidencia, aunque los especialistas tardaron en admitir la realidad: Breukink había alcanzado el techo y nunca lo superaría. Todo lo que llegó después fue un descenso hacia una normalidad que comienza a bordear el anonimato.

El holandés quiere dar la impresión de realismo, de aceptación de una realidad que le ha sido adversa. "Tengo que ser realista" dice. "Tengo que trabajar para los dos líderes sólidos del equipo porque no tengo el nivel suyo. Y no hay más". Pero siempre hay algo más. Breukink dice que ahora está, incluso, más tranquilo, que le motiva correr en un equipo muy unido, donde predominan los valores colectivos, donde se respira buen ambiente. Y aparece el rasgo que hace dudar que haya dado por fin con la realidad de su persona, que haya aceptado que es simplemente Erik Breukink, ciclista profesional de 31 años. "Además, seguro que tengo oportunidades de meterme en alguna escapada y ganar etapas", afirma. A unos metros de allí, su director, Manolo Sáiz, proclama el credo del ONCE: "Nadie tendrá ninguna libertad. Todos mis corredores estarán sometidos al trabajo para Zülle y Jalabert".

Y allí quizás se acaben las esperanzas de Breukink, el joven que iba para ganador del Tour y acabó como lanzador de un sprinter.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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