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EL TOUR

El recorrido recobra la razón

La organización ha suavizado el trazado de 1995 a la vista,de lo sucedido en 1994

Luis Gómez

LUIS GÓMEZ Ningún deporte ofrece un escenario tan rico como una gran carrera ciclista. La contienda trasciende los márgenes de un cuadrilátero o un terreno de juego. Cualquier estrategia en juego debe poner en relación algo más que las características de los aspirantes: entra en acción desde la meteorología hasta la medicina. El Tour es un escenario global: 200 corredores compiten a lo largo de 3.500 kilómetros de asfalto sin apenas interrupción. No hay sobre la tierra ninguna otra especialidad deportiva que obligue a sus participantes a intervenir durante 23 días con sólo dos jornadas de descanso. Cualquier accidente, la más mínima enfermedad, se convierte en una verdadera tragedia: no hay margen para la reparación. Tiende a olvidarse fácilmente la exigencia suprema de una carrera de este tipo: el vencedor será no sólo el mejor, sino también aquel corredor capaz de no cometer un error.

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El mapa del Tour es el verdadero escenario, pero no lo dice todo sobre la dureza de la carrera. Las etapas recorren Francia de norte a sur, el segundo país en extensión de Europa. El mes de julio promete una acción discutiblemente benévola de la climatología: fuerte calor, próximo a los 35 grados en los días extremos, y una temperatura variable cuando las carreteras afronten las grandes cumbres. El desgaste llegará por múltiples caminos, desde la acumulación de kilómetros, el efecto de las altas temperaturas pasando por las exigencias propias dé la gran carrera por excelencia, que obliga a muchos corredores a dar el máximo de sus fuerzas y a que ninguna jornada tenga el carácter de mero trámite. Por esa razón, el diseño de los últimos recorridos se ha movido entre el deseo de los organizadores de ponérselo difícil a Induráin y la más elemental prudencia. La experiencia del pasado año ha marcado el diseño del Tour de 1995.

Y es que en 1994, el Tour amenazó colapso. Un recorrido terrible en kilómetros y montaña, diseñado para que Induráin dijera basta, estuvo a punto de limitar el tamaño del pelotón a medio centenar de corredores. El 20 de julio, en plena batalla alpina, un total de 58 corredores llegaron fuera de control. Días antes, el pelotón había mermado sus efectivos en un 25%, dada la alta velocidad media de las primeras jornadas. La situación era tan dramática que, de haberse aplicado el reglamento, habrían llegado a París poco mas de 50 corredores, un grupo ridículo, sin otra rutina que cubrir la cuarta victoria de Induráin.

Para 1995, el diseño vuelve a la razón: los poco más de 100 kilómetros contrarreloj de rigor, cuatro etapas verdaderamente montañosas (dos en Los Alpes y dos en Los Pirineos) y un kilometraje algo más corto. No hay, en esta ocasión, cronoescalada.

El formato no presenta novedad alguna, no hay etapas que destaquen significativamente. La contrarreloj por equipos (64 kilómetros) tiene un tamaño calcado del año pasado (66,5 kilómetros). La primera contrarreloj es 10 kilómetros más corta que la de hace un año (54 por 64), pero hay una segunda, el penúltimo día, de 46 kilómetros que sustituye a la cronoescalada del año pasado. Induráin contará con 100 kilómetros contra el reloj por los 64 de que dispuso hace un año. Finalmente, las etapas montañosas son más breves que las de hace un año: solamente, la segunda de los Pirineos sobrepasa los 200 kilómetros (207).

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