Y más

De verdad que lo intento. Día tras día intento desengancharme de la pesadilla en la que vivimos y pensar en otras cosas. Y así, me esfuerzo en escribir sobre Estados Unidos o sobre la gordura, por ejemplo, para irme a las antípodas del pantano político. Pero no hay manera, no me dejan. Está una procurando calmar el corazón atribulado, pensando que ya no puede salir a la luz nada peor, cuando, zas, una tropelía aún mayor nos estalla en la cara. Cielos, me pregunto con sudores febriles, ¿les quedará algún delito aún por cometer? ¿Un envenenamiento en de la ciudadanía, por ejemplo? La vida nacional se ha convertido en una demostración, práctica del Código Penal de cabo a rabo.Y debo de ser muy bruta, porque hay un montón de cosas que no entiendo. Por ejemplo, no comprendo que Carmen Romero diga que los españoles que no leen la prensa son muy listos, cuando su marido sólo sabe lo que pasa en este país gracias a los periódicos: así, leyendo, las noticias, el pobrecito, se ha enterado de Filesa, de los GAL, de las escuchas del Cesid o de que su secretaria anda paseando puñados de millones en los bolsillos. Tampoco me aclaro de a qué se le llama conspirar últimamente: para mí que los primeros conspiradores son esos canallas que han estado espiando y chantajeando a todo quisque, no quienes los denuncian, aunque entre ellos haya unos cuantos mangantes que se quieran aprovechar del río revuelto. Pero lo que ya no entiendo de ninguna de las maneras por mucho que pongo la neurona en ello, es cómo aquellos socialistas honestos que quedan (que los hay), y compañeros de viaje, y asimilados; toda la gente estupenda que aún es pro-PSOE, amigos entrañables con los que discuto, no rompen de una vez con estos piratas. Para refundar el socialismo, para reconstruir la izquierda. Y para no ser cómplices.
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