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Tribuna
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No digas que fue un sueño (I)

"Acabo de hablar con mi familia. Estoy en el hotel Chandris, compartiendo habitación, la 210, con mi compañero Pepe Arcega. ¡Ya estamos en Atenas!, y la primera impresión que he tenido es la de encontrarme en una ciudad que inspira fascinación. Aunque ayer llegamos tarde, esta mañana nos hemos levantado a las nueve para empezar a acostumbrarnos al horario de competición, ya que nuestros partidos comenzarán muy pronto. Nos hemos entrenado a las 11.30, luego la comida, la siesta de rigor y entrenamiento de nuevo por la tarde, a las 18.30. Hotel, ducha y cena en el mítico puerto de El Pireo, como alegórico prólogo al Campeonato de Europa que se acerca. Ya sólo faltan tres días y una vez más estamos solos ante el peligro.Hace ahora ocho años que escribí el texto anterior en mi diario. Era también el mes de junio, pero de 1987 y estábamos en Atenas con la selección , a punto de disputar el Campeonato de Europa. Ese párrafo está extraído de un diario que, quizá por un inhabitual exceso de tiempo o tal vez por ser pronta víctima de la nostalgia, tengo por costumbre continuar en cada nueva convocatoria del equipo nacional.

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La afición por escribir un diario despertó en mí desde el primer día que puse los pies en una convocatoria. Esta vocación o la ejercía en solitario recogimiento, o acompañado de verdaderos predadores del boli y el papel; mención honorífica en este apartado merece Jou Llorente. Cuando el azar nos juntaba en una concentración disputábamos reñidos campeonatos de erudición, engullendo libros y masacrando folios. Jou perfeccionó hasta lo estrambótico el método epistolar, incluyendo elementos externos como billetes, folletos, fotos y otras cosas de difícil clasificación. En mi caso me limitaba a acompañar el texto de dibujos y cierto tono humorístico dependiendo de la situación.

Releyendo el diario viene a mi memoria otra ocupación imprescindible en la marcha de una buena concentración; me refiero a las tertulias. Las tertulias han sido siempre el alimento estabilizador del alma en toda concentración. Ha sido la medicina que nos ha calmado a todos las pasiones incontroladas. La selección se ha caracterizado siempre por gozar de excelentes contertulios, irreverentes noctámbulos, capaces de escudriñar hasta las entrañas incluso en el más irrelevante de los temas. Unas buenas tertulias han sido antesalas de grandes actuaciones.

Formábamos entonces también un equipo bastante joven, pero que, en muchos casos, venía ya de conseguir triunfos históricos. En aquel momento la novedad era la ausencia de Fernando en el equipo (comezaba su experiencia americana) y en mi caso lo nuevo consistió en las sorprendentes declaraciones del entrenador diciendo que yo era como James Worthy, en un afán por armarme de valor ante lo que se avecinaba. Declaraciones muy de agradecer por la buena fe con la que fueron efectuadas, pero que, como era de prever, llevó al súmmum de la hilaridad a mis compañeros durante el resto de concentración. Y es que el apodo de Worthy asociado a mi persona y pronunciado con un tono que, para ser elegante, lo voy a calificar de irónico, continuó hasta que con el paso de los meses, años en algún caso, el olvido ofuscó la crueldad.

Por aquel entonces el libro que acompañaba mis noches de insomnio era No digas que fue un sueño, de Terenci Moix. Digo que me hacía compañía porque mi colega Pepe aguantaba sin dormir por la noche el tiempo justo de pulsar el botón play de sus walkman. Dos segundos más tarde caía como un conejo y yo acumulaba cada vez más envidia corrosiva.

Pero siguiendo el hilo del baloncesto que dejé, después de ocho años entre un acontecimiento y otro, no sólo aparecen las coincidencias antes citadas. También hay una que puede ser primordial. En aquella ocasión España quedó cuarta del campeonato. Hicimos partidos brillantes, como contra Grecia (fuimos los únicos capaces de derrotarla), pero no pudimos rematar el trabajo consiguiendo una medalla, ni contra Yugoslavia, ni contra la URSS (que perdió la final contra Grecia). En aquel momento buscábamos medalla y nos quedamos en un honroso cuarto puesto. En esta ocasión se busca un cuarto puesto y podría conseguirse medalla. Lo único que deseo es que el título del libro que aquella vez me sirvió de compañía os dé mucha suerte y no digáis que fue un sueño.

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