Ciencia y filosofía
Parece que una ciencia puede considerarse como el sistema de conceptos (el pensamiento teórico) internamente coherente. y capaz de dar cuenta de todos los datos fidedignos relativos al objeto de ella y asimismo capaz de plantear problemas reales potencialmente resolubles, con repercusión progresiva tanto sobre el desarrollo de la teoría científica como sobre el descubrimiento de conocimientos concretos de nuevo tipo. Como contraste parece que a la filosofía le compete enfrentarse con sistemas de problemas reales pero fuera del alcance de las ciencias de su época, y cuya trascendencia solicita y sugiere respuestas que, en cada filósofo, suelen ser coherentes entre ellas y que, con frecuencia, se contradicen de un filósofo a otro, por el hecho mismo de que, por definición, no son, de momento, verificables por datos concretos. Ahora bien, esta diferenciación entre ciencia y filosofía está vista desde la ciencia y considera a la filosofía, según se mire, como la antesala o como la culminación de la ciencia en cada momento histórico, desde que, hace unos trescientos años, la investigación científica se estableció rigurosamente como una práctica social institucionalizada.Tal vez cabría pensar que la actividad científica y la filosófica son dos modos distintos igualmente legítimos que tiene el hombre moderno de inquirir la realidad. Podría pensarse que el científico sensu stricto (el hombre ocupado en desarrollar la ciencia misma, no en descubrir sus aplicaciones prácticas) procede acotando un campo de conocimientos concretos que la ciencia pertinente, tendida a su mayor grado de abstracción y de rigor, haya creído someter a unidad teórica, y aplicando su capacidad creadora a forzar el progreso de tal campo mediante el avance por varias líneas de progreso complementarias como son: contrastar con rigor si la teoría vigente concuerda con todos los datos del campo acotado; examinar si no entra en contradicción con lo que las teorías científicas bien confirmadas hayan establecido en campos de conocimiento que, de algún modo, estén implicados; esforzarse en descubrir, tras cada progreso teórico verdadero, si éste abre la perspectiva de datos nuevos que nos amplíe nuestro panorama de la naturaleza; interpretar científicamente estos datos nuevos para confirmar el pensamiento teórico que llevó a descubrirlos y, si es posible, corregirlo o puntualizarlo; etcétera.
Cabe pensar que el filósofo, ejerciendo una actividad suplementaria de la científica, se desentienda del contraste y fecundación alternas, propios de ésta, de la teoría y del acervo de datos concretos que la apoyan, y se concentre en vislumbrar aspectos comunes (definidores) de lo que observa que, si el filósofo está a la altura de su época, debe ser algo básico de lo dominado, en un campo u otro, por la ciencia coetánea y, por ello, irreductible a ésta, es decir, a datos aún más generales y básicos, que, por ello mismo, pudieran permitir interpretarlo por experimentación. Dejando aparte la dificultad, que hoy se nos impone, de afirmar el carácter general de una ley, para el hombre moderno, la actividad del filósofo así entendida equivaldría, por una parte, a enunciar pensamiento, no contrastable en sí, pero que no se oponga a las sendas teorías de las ciencias básicas y que, en consecuencia, convenga con los datos sometidos a interpretación científica, y, por otra parte, a plantear, en términos reales, preguntas que pueden pasar por alto los científicos precisamente por su especialización en reflexionar con referencia a datos concretos. Lo anterior significa que si, por el contrario, una teoría filosófica que pretende ofrecernos el reflejo más general y abstracto (indescifirable aún, pero verdadero) de la realidad no satisface los datos científicos no está a la altura de nuestro conocimiento actual de lo real; ha de considerarse, en una palabra, falsa y carente de la base necesaria para plantear los problemas reales hoy irresolubles y darles respuestas; dignas de ser tenidas en cuenta.
De este: modo parece que la ciencia y la filosofía rectamente ejercidas se suplementan de algún modo. La ciencia sensu stricto es un esfuerzo creador, pero planificado y disciplinado, que se aplica a comprender mejor, paso a paso, la naturaleza. Cabe puntualizar que el científico especializado en descubrir aplicaciones útiles de la ciencia (y, a mayor abundamiento, el académico que se confórma con la ocupación, sin conducción teórica propia, de tierra de nadie) difiere del científico propiamente dicho, ocupado en el progreso en sí de la ciencia, en que éste, por una parte, aunque en todo momento su base orientadora de datos haya de ser limitada, ha de intentar siempre contrastar cada aseveración suya con todos los datos concernientes conocidos, y, por otra parte, ha de esforzarse en engarzar con el pensamiento más abstracto y abarcador pertinente, procurando, como objetivo principal, corregir y desarrollar este pensamiento. De este modo, la modalidad del científico de realizarse en libertad al modo humano (esto es, en pensamiento) es hacerlo en una creciente libertad propia que contribuya a una creciente libertad social (a la posibilidad de realizarse en contenidos de conciencia cada vez más verdaderos); me parece que la realización del científico en creciente libertad se debe ante todo a que (por la coherencia de la realidad) toda conquista de pensamiento científico nuevo, verdadero, si realmente lo es, en cuanto se enuncia se constituye en medio potencial de contribuir a la conquista de pensamiento científico superior.
Me parece que el científico y el filósofo se sienten solicitados de modo distinto por el misterio de la realidad. El primero, por problemas reales que presienta verificables por experimentación, en tanto que, el segundo, por problemas reales, verdaderos -conformes con lo sabido-, pero que, por su profundidad misma, le parezcan fuera del alcance de la experimentación coetánea, de modo que su solución se limita a su conveniente enunciado. Puntualizado lo anterior parece que, dejando aparte el criterio principal de si posee la capacidad, propia de la ciencia genuina, de poner orden en su propio campo y de promover el desarrollo de éste, en ocasiones puede constituir una confirmación adicional de la veracidad de un orden nuevo de pensamiento científico, a saber, por su capacidad de dar soluciones teóricas (esto es, engarzables al sistema conjunto de la ciencia) y, en consecuencia, verificables y ampliables por experimentación, a problemas reales pero, hasta el momento, reducidos a su planteamiento.
Es más, cabe pensar que, al producirse una coyuntura así -al ser sometido a teoría científica, verificable por experimentación, un problema filosófico real-puede producirse, en sentido inverso, una repercusión favorable de la filosofía sobre la marcha de la ciencia. En efecto, parece probable que la filosofía, insistiendo, durante un periodo que puede haber sido muy largo, sobre un problema real hasta que éste es sometido a experimentación, ha podido enunciarlo de modos muy diversos. Pues bien, esta pluralidad de manifestaciones de un proceso unitario y básico puede constituir una inestimable guía para interpretarlo por una teoría científica coherente capaz de dar cuenta de campos de datos concretos hasta entonces sin interpretación válida y a los que la experimentación y teoría descubiertas comprenda que son referibles a ella. Por último, el avance cualitativo dado así por la ciencia significa un avance sectorial del conocimiento que necesariamente tropieza con límites infranqueables, con un nuevo problema real que esté fuera del alcance (¿de momento o esencialmente?) de la ciencia y que inspire enunciados filosóficos de un grado de profundidad y de abstracción superior al de los antes sometidos a interpretación científica.
es biólogo.
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