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Identidad y colaboración en la izquierda

RAMÓN ESPASAPara la izquierda, gobernar debería ser bajar el cíelo a la tiérra. Y para ello, según el autor, debe primar el compromiso para sumar mayorías en el sentido en que indica el voto popular.

El espacio social y electoral de la izquierda es hoy en España sustancialmente distinto al de la década anterior. Al agptamiento de una política económica, a la lógica erosión de 12 años de gobierno en solitario desde repetidas mayorías absolutas, los escándalos político-económicos han añadido nuevas zozobras a la imagen política de un PSOE que para gobernar España necesita de otro socio.Al mismo tiempo, una formación nueva en la izquierda, aunque con raíces históricas evidentes, se ha consolidado como tercera fuerza política española. En efecto, IU-IC obtiene hoy un recuento de votos cercano al 12%. Es una fuerza que se autodefine sintéticamente como rojo-verde-violeta, y aparece sin hipotecas históricas, ni vergüenzas recientes, que resulta nueva y atrayente a un número cada vez mayor de electores.Los resultados de las recentísimas elecciones autonómicas y locales son evidentes: 35%/ 30%/ 12% de votos en favor, respectivamente, de PP 1 PSOE / IU-1C. No hemos asistido, pues, a nuevas y espectaculares desapariciones de fuerzas políticas del escenario electoral (UCD-CDS). La novedad significativa estaría, en cambio, en la consolidación de IU-IC. Ello obligará a compartir el espacio social y político del voto progresista de los españoles, pese a quien pese.

Asimismo, el sindicalismo español ha evolucionado desde una confrontación mucho más política que sindical en la década pasada, a una estimulante colaboración y unidad de acción actual, amén de una mayor interdependencia con sus homólogos europeos de la CES. UGT y CC OO significan en la actualidad un referente serio, coherente y solvente del mundo del trabajo frente a las agresiones de la desregulación laboral, a los intentos de desmantelar la protección social, y son a la vez un polo de reflexión capaz de producir propuestas enriquecedoras para la cohesión social (Ley de Huelga, Ley de Prevención de Riesgos Laborales, etcétera).

La ceguera y la soberbia practicada en el pasado por el PSOE fue muchas veces -lógicamente- respondida con el acoso y la exasperación de quien no se resignaba a ser apartado o ignorado de la escena política -como se intentó- Pero estos tiempos ya pasaron o deberían haber pasado definitivamente. Los historiadores nos dirán por qué y cómo sucedió y repartirán adecuadamente las culpas. A los políticos no nos corresponde ni lamernos las heridas ni mirar hacia atrás con ira. Antes al contrario, nuestra tarea es elaborar proyectos, plantear reformas, avanzar propuestas hacia el fuuro.

En estas circunstancias se mpone tanto una drástica re eneración programática corno a revisión de estilos y comportamientos democráticos, además de la necesaria renovación le personas en la gestión de la osa pública. Ahí es donde los programas, las personas y las iglas que los validan tienen su nás decisivo papel.

Claridad y precisión programativa son elementos esenciales de las formaciones políticas de la izquierda. El programa es el contrato con los electores pero. también con toda la sociedad, como tantas veces se ha repetido. Es también el proyecto de futuro, el catálogo de acciones, reformas y cambios que las fuerzas políticas proponemos a la sociedad.

Para cada formación política su programa es algo completo, coherente y congruente con su ideario básico. Es lógico que lo defienda, pues son sus señas de identidad. Sin embargo, nadie debería quedar preso de una concepción absolutista e intangible del propio programa. En efecto tras unas elecciones, la sociedad en su conjunto se expresa -a través de los resultados- mediante una determinada selección de candidatos, partidos y, por tanto, también programas. Dicho de otra forma, los programas -si están de verdad pensados para la acción en sociedad, no para la autocomplacencia ideológica- valen su peso en votos. La verdad en política es siempre poliédrica y además aproximativa, nunca absoluta. Lo que se debe hacer, al servicio de los electores, es grosso modo lo que éstos hayan indicado con su voto.Si en el campo de la izquierda, los votos han asignado unas determinadas proporciones entre PSOE e IU-IC ello indica que los electores han escogido una determinada proporción de programa de cada formación. Evidentemente, esto resulta más fácil decirlo que interpretarlo. Pero en líneas generales así son las cosas y así las ven la mayoría de los ciudadanos. En estas circunstancias encastillare en el propio y completo programa para negarse a negociar encontrar el adecuado equilibrio entre programas distintos pero no irreconciliables, puede legar a ser un acto puramente testimonial. La política, para la izquierda, debe ser una noble actividad que pretenda bajar el cielo a la tierra para que todos vivamos hoy mejor, y tengamos mañana un futuro más justo y solidario. Prometer el cielo para manana o, dicho de otra forma, sólo para cuando nuestro programa, esto es nuestro cielo, sea plenamente realizable tiene más de prédica religiosa que de laico combate por el ahora y aquí.

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El verdadero ejercicio democrático y la nobleza del compromiso político es saber sumar esfuerzos, casar programas y asegurar a la vez que el resultado -el mix- no desnaturaliza nadie. Por ello, los conceptos que me parecen más adecuados para inscribir en el frontispicio y la agenda de la izquierda española que quiera estar en el XXI son los de identidad y colaboración frente a socorridas unidades y casas comunes.

Identidad porque tras 15 años de contiendas electorales está sólidamente establecido que la izquierda social española distingue y premia desigualmente hasta hoy a dos formaciones, PSOE e IU-IC. Negar esta evidencia y proponer falsas unidades o haber planeado pretéritas fagocitaciones ha resultado tan erróneo en el pasado como pueda serlo en el futuro esperar transmigraciones de ánimas y sustituciónes milagrosas.

Colaboración entre distintas fuerzas políticas porque así lo demandan una y otra vez los resultados electorales, la opinión expresada en encuestas cualitativas y el mero y simple sentido común. Negarse a explorar esta necesaria y a buen seguro fructífera cooperación será un signo de ceguera e insensibilidad política considerable. Todo ello naturalmente sin abandonar el legítimo interés en ser cada una la primer en votos y en ejercer la hegemonía en el campo de la izquierda

Dedicarse a la política es meterse en harina, es comprometerse, es incluso equivocarse pero, en definitiva, es tratar de cambiar lo realmente existente. En este sentido el acuerdo, el compromiso para sumar mayorías, la inteligencia para dotarse de palancas, que mejoren las cosas, es irrenunciable. Dejemos pues, unos y otros los misticismos esencialistas, seamos todos un poco más laicos e intentemos gobernar, en el sentido que el voto popular nos indique. Gobernar es o debería ser para la izquierda, no se olvide, bajar el cielo a la tierra. Renunciar a ello en nombre de quintaesenciada purezas es contribuir a la tradicional imposición conservadora: el cielo puede y debe esperan. Por suerte una amplia mayoría de los ciudadanos ya sabe que esto ni es ni debe ser así. Cuando menos, deberíamos estar a su altura.Ramón Espasa es diputado del grupo parlamentario IU.-lC.

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