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Teorías Preciados

Los empleados de Galerías temen por sus condiciones de trabajo

Javier Sampedro

Segunda planta, confección de señora. En el centro de Galerías en la calle Preciados de Madrid acaba de trascender que la cadena de almacenes ha sido adjudicada a El Corte Inglés, o sea, a los de la acera de enfrente. A Araceli García, dependienta de Galerías desde el año en que el hombre pisó la luna, la operación le parece el acabóse: "Los de El Corte Inglés no se van a hacer cargo de los pasivos. Y los pasivos somos nosotros". García no estaría más angustiada si los almacenes hubieran sido arrasados por los hunos.Los de Galerías no acaban de digerir que la firma vaya a desaparecer engullida por su encarnizado competidor. No ven muy claro que les vayan a conservar las condiciones de trabajo, la antigüedad, los horarios, el derecho a librar los domingos. "No nos asusta trabajar en El Corte Inglés", dicen con orgullo profesional, pero temen que, aun si conservan el puesto, les vayan a tratar como a "bichos raros" o empleados de segunda, y piden un respeto. "No queremos ser el patito feo".

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A dos pasos, cruzando la calle comercial con más solera de Madrid, sus colegas de El Corte Inglés aseguran que esa rivalidad es cosa del pasado, de cuando Galerías era un competidor solvente. "Los empleados de uno y otro lado cruzábamos la calle para copiar los precios del otro", recuerda Dolores Sánchez, que inauguró hace 25 años el departamento de acero inoxidable de El Corte Inglés de Preciados. Sánchez no tenía por entonces muy alto concepto de sus colegas de Galerías, y señala en tono confidencial: "Todo el mundo sabía que eran unos cardos borriqueros". Los de la zapatería tampoco ven razones para la guerra. "Pero ¿qué rivalidad ni qué rivalidad?", dicen, "si allí ya no venden ni zapatos".

Los dependientes de Galerías formaban ayer corrillos y mentideros para analizar las secuelas del cambio de propiedad. En la cuarta planta -géneros deportivos- primaba la teoría de la "patata caliente", según la cual la adjudicación a El Corte Inglés se ha debido a que esta oferta garantizaba la pérdida de la marca Galerías. "Al Gobierno le interesa que desaparezca, porque así, cuando venga el PP no se podrá saber qué pasó con lo de Rumasa", explica un empleado, y añade con una mirada significativa: "Por ahí van los tiros".

En la primera planta -moda caballeros- se inclinan más por las hipótesis financieras: "Ponen 30.000 millones, pero con lo que reciben del Fogasa y los edificios que van a vender acaban ganando 28.000". Los de la entreplanta -complementos- sostienen que el comprador va a eliminar la marca Galerías porque le interesa más que Cortefiel y Zara figuren como sus principales competidores.

Araceli García, de la segunda planta, confecciones de señora, tiene su propia teoría: "El problema de Galerías es que la mayor parte de la plantilla somos mujeres, y por eso a nadie le importa reducir puestos de trabajo".

Con todo, muchos empleados de Galerías reconocen que la oferta ganadora era la mejor posible, y que abre "un rayo de esperanza" para una situación insostenible. Los almacenes no levantaban cabeza desde que los dejó Pepín Fernández, dicen, y enumeran con gesto enfadado la larga serie de gestores que ha pasado desde entonces por la empresa: "Lo de El Corte Inglés no es tan dramático. ¿Qué han hecho los López Tello y los Fernando Sada, los Cisneros y los Urquijo? Pues dejarnos con todo lo que tenemos al aire".

Pero la desaparición de la marca les parece una pena, sobre todo a los dependientes de más edad, que se han "dejado toda una vida" en la empresa, y dicen que para ellos es un emblema y un símbolo. Los veteranos dan casi por perdidas algunas prebendas tradicionales de la casa, como las cien pagas que la empresa se comprometía a pagar a los jubilados que llevaran más de 25 años trabajando con ellos. Tampoco saben qué va a pasar con sus acciones. Ven con recelo la competitividad de su nuevo propietario y piden que se les respeten las 40 horas semanales, los derechos adquiridos y la opción voluntaria a no trabajar los fines de semana.

Los empleados se mostraban ayer muy remisos a facilitar su nombre, pese a que muchos lo llevaban prendido en una placa pinchada en la solapa. "El nombre no se lo doy, no me vayan a echar mañana", señalaba uno de la primera planta. "Dicen que van a mantener 5.200 puestos", decía escéptico otro, "pero ya será alguno menos". El procedimiento anunciado tampoco les tranquiliza mucho: "Primero tenemos que salir a la calle, y luego ya veremos a quién cogen. Es como un salto al vacío".

Hace años, Andrés Moreno, que fuera consejero delegado del Banco Hispano, le dijo al forjador de Galerías, Pepín Fernández: "Usted, si le dejan, llega a Callao", en referencia a la plaza donde la calle Preciados desemboca en la Gran Vía madrileña. El imperio de Fernández ha acabado llegando a Callao bajo otro nombre.

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