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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Anguita, programas y duras realidades

HACE CUATRO años, tras las elecciones locales y autonómicas de 1991, uno de los ejes de la estrategia de Izquierda Unida respecto a los pactos poselectorales era el de cerrar el paso a la derecha. A tal fin se recomendaba votar la investidura de alcaldes o presidentes de comunidad socialistas allí donde. ese apoyo fuera necesario para impedir que gobernase el PP, aunque sin comprometerse, salvo excepciones, en gobiernos de coalición IU-PSOE. Ahora, aunque se des aconsejan acuerdos que impliquen entrar en gobiernos de coalición, se deja abierta la posibilidad de sus cribir pactos locales indistintamente con el PSOE o con el PP, "sin apriorisinos". Tendrán sus razones, pero lo que es innegable es que ha habido un giro: hace cuatro años, Izquierda Unida rechazaba acuerdos con el PP; ahora abre la puerta a los pactos con la formación que preside Aznar. Ello es coherente con la equiparación de PSOE y PP como fuerzas: de derechas y con la estrategia del sorpasso que identifica a los socialistas como el objetivo prioritario a batir por IU. Estos son los dos ejes de la línea política marcada por Anguita. Sin embargo, para que este mensaje sea realmente convincente". Anguita habría de convencer a los ciudadanos de que el PP haría en el Gobierno la misma política que los socialistas respecto al aborto, a la protección social o las infraestructuras en barrios y pueblos, por citar algunas cuestiones clásicas de diferenciación entre izquierda y derecha.

Por otra parte, la estrategia del sorpasso -en la idea de convertir al PSOE en partido bisagra- tiene que pasar la prueba de la práctica. Primero, la de los votos: de momento, los electores de centro-izquierda han distribuido su confianza entre IU y el PSOE en la proporción, de uno a tres. La meta, que parecía tan cercana según el discurso preelectoral de Anguita, se antoja ya casi quimérica a la vista de los resultados. Pero incluso de lograr el adelantamiento, aprovechando, como alguna vez dijo Anguita, las posibilidades de autodestrucción de los socialistas, habría que demostrar que éste es compatible con un reforzamiento global de las fuerzas de centro-izquierda. Porque el triunfo de la estrategia de Anguita podría ser la hegemonía. del centro-derecha. La experiencia reciente demuestra que donde IU crece a costa de los socialistas quien se beneficia es el PP.

Ello no significa, por supuesto, que IU no pueda, y deba, intentar rebasar a los, socialistas, sino que será difícil que lo consiga sin cambiar de orientación: sin realizar la conversión a la socialdemocracia que emprendió Occhetto en Italia y ha permitido ahora a su partido convertirse en eje de la recuperación de la izquierda, frente a aventureros varios. El sectarismo de Anguita -la verdad es única y el error múltiple- garantiza una gran coherencia interna -y una unidad a prueba de discrepantes-, pero no necesariamente el avance hacia objetivos que puedan ser compartidos por una mayoría social. Cuando declamar "escuchad a las bases y callemos todos los demás", está. proponiendo un método, no una política.

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Lo que se espera es que la coalición que preside ofrezca una línea política, a defender en las agrupa ciones, que dé prioridad al objetivo de cerrar el paso al PP, como en 1991, o al de minar a los socialistas a toda costa, incluso la de dar mayoría tras, mayoría, al PP. La invocación, como si de un escapulario se tratara, al programa no remedia las contrádicciones del planteamiento de Anguita y sus incondicionales. No es lógico, ni democrático, que la minoría imponga su programa a la mayoría como condición para el acuerdo. Y en gran parte de los ayuntamientos o comunidades en que es posible una mayoría de centro-izquierda los socialistas su peran largamente a IU en número de votos. Los in tentos de ensalzar a los menos y pedir a los más que los sigan por la supuesta pureza programática proclamada por el propio Anguita y sus entusiastas en los medios no deja de ser una llamada al papel dirigente del partido tan manido antes de la caída del muro, de Berlín.

El riesgo que sin duda corre está en que, amparándose en lo excelso de su programa y confortado por los halagos que le llegan desde la otra orilla, Anguita y su coalición se acomoden a ese papel de críticos implacables de la realidad y, levitando sobre su discurso autocomplaciente, se olviden de intentar cambiarla.

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