El Papa ofrece a los otros cristianos dialogar sobre el primado de Roma
Juan Pablo II publica una encíclica ecuménica contra el anticristianismo
"Si quieren combatir verdadera y eficazmente la tendencia del mundo a anular el Misterio de la Redención,[los cristianos] deben profesar juntos la misma verdad sobre la Cruz. ¡La Cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor". Este tono beligerante domina el inicio de Ut unum sint (Para que sean uno), la encíclica publicada ayer por Juan Pablo II, primera de la historia dedicada al ecumenismo. Entre las novedades del texto, destaca la oferta del Papa de un diálogo directo con los responsables de otras iglesias sobre la primacía de Roma, uno de los temas clave que separa a los cristianos.
Esta oferta de diálogo plasmada en la encíclica no pone en cuestión el hecho de que, para Juan Pablo II, "la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica", ni que "el obispo de Roma es el primero entre los servidores de la unidad", con "poder y autoridad" específicos en la defensa del bien común, en el testimonio de la verdad y para juzgar las opiniones. No obstante, el Papa se muestra dispuesto a "escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado" más acorde con el nuevo clima ecuménico.Una situación que el Pontífice valora con extraordinario optimismo -"es la primera vez en la historia que la acción en favor de la unidad de los cristianos ha adquirido proporciones tan grandes y se ha extendido en un ámbito tan amplio", escribe-, ignorando paralelamente los numerosos problemas concretos que la Iglesia Católica tiene planteados con los ortodoxos rusos, yugoslavos o griegos y con iglesias protestantes como la anglicana o la evangelista checa, todos ellos provocados por recientes definiciones políticas o doctrinales de la Santa Sede que frenan el objetivo de volver a la unidad eclesial para el año 2000.
La nueva encíclica, que pretende proporcionar un apoyo teórico y estratégico a ese movimiento -el ecumenismo- al que la Iglesia católica se incorporó en 1964, consiste fundamentalmente en una refundición de todos los textos sobre el ecumenismo producidos por la Iglesia católica desde que el tema fuera decisivamente abordado por el Concilio Vaticano II, sobre la base de que "los elementos de esta Iglesia (divina) ya dada existen, juntos en su plenitud, en la Iglesia católica y, sin esta plenitud, en las otras Comunidades".
Síntesis
Juan Pablo II lleva a cabo en Ut unum sint una síntesis, con la aportación de formulaciones propias como la de que "no se trata de modificar el depósito de la fe" ni de "quitar ciertos artículos del Credo", unidas a exhortaciones de este tipo: "Debe evitarse absolutamente toda forma de reduccionismo o de fácil "estar de acuerdo'". Las cuestiones serias deben resolverse porque de lo contrario surgirían en otros momentos, con idéntica configuración o bajo otro aspecto" afirma el pontífice.
El texto añade, más adelante, que es preciso "no contentarse con soluciones aparentes, que no conducirían a nada estable o sólido". El actual Pontífice considera que, en la tarea de búsqueda de un unidad cristiana rota hace más de cuatro siglos, "la primacía corresponde, sin duda, a la oración común", mientras se avanza en la reformulación de una "verdad de fe" que, en sí misma, se mantiene inmutable, pero que "exige ser traducida todas las culturas", corrigiendo deformaciones que con frecuencia derivan de "polémicas y controversias intolerantes".
Hay en la encíclica una breve petición de perdón en primera persona, pero claramente mucho menos solemne que el reconocimiento de culpa formulado por Juan Pablo II en nombre de toda la Iglesia el pasado domingo en Olomuc, Checoslovaquia, durante la canonización de Jan Sarkander, un católico silesio martirizado en el siglo XVII por los protestantes bohemios, que todavía hoy -recordando las guerras de religión de aquella época- critican el alzamiento de Sarkander a los altares.
En la encíclica, número 12 de Juan Pablo II y la segunda publicada este año, abundan más las alusiones a "las debilidades, las mediocridades, los pecados y a veces las traiciones" de algunos de los "hijos" de la Iglesia, que tienden a excluir las responsabilidades institucionales.
Ya el Concilio Vaticano II tomó nota de que, en la división de los cristianos, existe "culpa de los hombres por ambas partes", recuerda el actual Papa, que continúa sin poder viajar a Moscú, a Kíev, a Belgrado o a Sarajevo, porque los líderes ortodoxos locales se oponen a que el obispo de Roma les visite.
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