El silencioso de Nerja
Hace años, a finales de los setenta, fuimos Bonet y yo a ver en la calle de Santa Isabel de Madrid a un hombre discreto. Parecía imposible que alguien no fuese presumido llamándose Francisco Giner de los Ríos, pero él no lo era en absoluto y resultó además un silencioso. Acababa de volver .del exilio. Tampoco alardeaba por ello. Ni pasaba la factura.Detrás de él alentaba la estirpe de los Giner, los Cossío, los Díez Canedo, los Jiménez Fraud, aquellos hombres no menos discretos, no menos silenciosos, que quisieron cambiar un país gobernado por curas, moscas y carabineros.
En aquella casa se hablaba de aquellos hombres con la gratitud que debemos al tío liberal que, a espaldas de los padres, nos facilita el primer cigarrillo. Aunque la comparación no está bien traída, porque aquellos venerables eran partidarios todos de las acelgas y el aire puro. Le veníamos a proponer publicarle un librillo de versos. Nos dio uno de muy hermosos romances, juanramonianos y puros. Él mismo había sido tipógrafo. Lo fue incluso (con Joaquín Díez Canedo; el futuro Joaquín Mortiz) de los mejores tipógrafos de entonces, de Juan Ramón Jiménez, de Emilio Prados y de Manuel Altolaguirre, que fueron amigos suyos.
Aquel libro, con una cubierta de Diego Lara, fue el primero de una colección que se llamó Entregas de la Ventura, compañero de otro de María Zambrano, ésta aún en Ginebra y que no sé por qué razón se empeñaba en llamar a la colección Entregar a la Ventana. El de Giner se tituló, en memoria de las tierras chilenas por las que anduvo, Por Algarrobo y el Tabo con las luces de Valparaiso. Fue su primer libro publicado en España. Fuera, en México sobre todo, había quedado ya su obra casi entera, una de las más delicadas y tenues de las que se escribieron en la España peregrina.
Luego tuvo un sueño discreto, de rentista, de jubilado: marcharse a Nerja y allí instalar una imprentilla, dos chivaletes y una minerva para editar eso, librillos a los amigos, hojas volanderas, sueltos, los vanos mundos en los que dejamos la vida.
Se fue a Nerja, pero jamás instaló su imprenta. Así son nuestros sueños.
Al dedicar sus últimos libros solía poner: "el silencioso de Nerja". Para un país barroco y partidario de la elocuencia mediterránea como éste, personajes aticenses como Giner chocan algo. Tardan en entenderse, con ser lo mejor que ha salido de aquí. A veces todo un siglo.
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