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Sin consenso

No sé si los momentos que vivimos son los mas propicios para valorar adecuadamente la significación del estreno en España de Tierra y libertad, la excelente película de Ken Loach, que cuenta la persecución y aplastamiento del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), el partido de los trotskistas españoles, durante la guerra civil. Pero es de esas obras que no merece ni la indiferencia ni el desdén: por sus estimables cualidades artísticas y por lo que tiene de transparente testimonio, potenciado por la verdad del arte, sobre uno de los episodios más turbios de la guerra. española. La película toma partido por las víctimas de aquella persecución: David, el comunista inglés que viene a luchar a España, acaba desengañado del estalinismo y se adhiere a las milicias del POUM mientras éstas subsisten.No llega tarde la obra de Loach. Hay cosas -digámoslo así- que difícilmente se borran, sin mengua del respeto que merecen tantos y tantos como se sacrificaron en carne y alma por la causa de la libertad. El POUM, una organización pequeña e influyente sobre todo en Cataluña, intentó evitar el libertarismo ingenuo de los anarquistas y el bucrocratismo y centralismo de los comunistas ortodoxos. Pero fue laminado, bajo las más burdas acusaciones de colaboración y complicidad con el enemigo, por haberse atrevido a disentir de la Iglesia oficial, cuyo autoritarismo estaba lejos de suscribir. Por eso fue destruido en la estela de las purgas paranoicas -pero políticamente consecuentes- de Stalin, que envió a España a destacados agentes de la inteligencia soviética: a sus manos pereció Andreu Nin, la figura más destacada del POUM, que fue interrogado y torturado en una cárcel privada de Alcalá de Henares, "un hotelito de las afueras, en la carretera de Aragón", como anota Azaña en su diario.

El presidente vuelve sobre la cuestión en sus anotaciones entre la perplejidad, la ignorancia de lo ocurrido y la sospecha de lo peor, y se indigna cuando Negrín atribuye la desaparición de Nin al espionaje alemán y a la Gestapo: lo que hubo fue un secuestro simulado que pretendía enmascarar la terrible verdad del asesinato. "Aquí no podemos adoptar", señala Azaña el 6 de agosto de 1937, Ios métodos moscovitas, que cada tres o cuatro meses descubren un complot y fusilan a unos cuantos enemigos políticos". La película de Loach no se ocupa de este suceso, pero sí de sus consecuencias, como la disolución del POUM y de todas sus organizaciones, incluidas las milicias. Lo sabemos: la guerra fría indujo una visión maniquea del mundo que mutiló a algunas de las más altas inteligencias de Europa. Cuando se contemplan las ruinas del Este y se leen algunos textos de Sartre, por ejemplo, es verdaderamente para echarse las manos a la cabeza. Resulta siempre abruinador ver al talento en brazos de la mentira. El recuerdo del horror nazi nos habita desde hace muchos años; en cambio, se ha hablado bastante menos del horror estalinista. Tanto de su repertorio de atrocidades y de su número de víctimas como de su abolición y neutralización de la inteligencia y el pensamiento crítico. Todavía no se ha escrito, que yo sepa, la historia de la literatura estalinista española, aunque sí la hay de la fascista. Esa historia llega casi hasta nuestros días, es rica en episodios y nombres y, si quiere ser verdaderamente certera, tendrá que dar cuenta también de la presión de determinados aparatos editoriales y de los sutiles mecanismos de censura -sí- que se activaron por entonces. Porque poetas mayores hubo que fueron eliminados de antologías de notable difusión, como narradores de extrema calidad hubo que vieron bloqueado su acceso a las más relevantes editoriales en virtud de proscripciones inconfesables. Urge, sí, que alguien haga esa historia, no para azotarnos, sino para saber de dónde venimos, y adónde queremos ir, si es que queremos ir a alguna parte o, por lo menos, estamos dispuestos a no comulgar más con ruedas de molino.

Ésta es, me parece, la gran lección de la película de Loach, que ha tenido el valor de llegar hasta el fondo del asunto sin doctrinarismos ni especulaciones maniqueas. El arisco pero siempre claro Luis Cernuda fue el único gran poeta superviviente de la guerra civil que se atrevió a hablar, en sus versos, de la represión estalinista. En uno de sus últimos poemas, siempre impagables de calidad estética y moral, recuerda su desazón en la Valencia republicana ante la desaparición nada casual de un amigo, al que buscó por "delegaciones, oficinas innúmeras, / desesperando por su vida, / sujeta, como todas las vuestras, / a aquella muerte entonces / más que ordinariamente perentoria". Amigos: Víctor Cortezo se llama el poema, que tiene un final feliz, pero que es una acusación inequívoca contra determinadas conductas políticas. Ciertos cacareos verbales debieran contrastarse sobre este paisaje histórico. Porque la memoria del horror no puede ser selectiva: la insurrección de una parte del Ejército español contra el Gobierno legítimo de la II República en modo alguno ha de servir para borrar el recuerdo de otras tropelías. La democracia, que no es algo dado para siempre, ha de construirse sobre la verdad de la historia, nunca sobre su recusación u olvido. Más allá de los consensos y otras estrategias dialécticas, es esa construcción lo que importa. Y porque importa no puede echar raíces sobre el equívoco, las elipsis y los mitos fraudulentos.

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