El joven Manzanares
Una senda recorre la garganta por la que discurre el río, entre cantos de granito, encinas y enebros
El madrileño se lleva a casa un melón envuelto en una hoja de periódico, lee por azar que una fábrica vertió hace meses unos cuantos hectolitros de ácido sulfúrico en el Manzanares y se queda tan pancho. Todo lo más olisquea el fruto elipsoidal antes de hincarle el diente, por si las moscas.Si algo similar aconteciera en la ciudad de Estocolmo, donde los ciudadanos pescan salmones como pianos a la vera del Ayuntamiento, les daría un patatús. Ello no significa que seamos menos impresionables que los suecos, sino más cochinos.
Otrosí, el hipotético sucedido vendría a corroborar que, a fuer de castellanos, despreciamos cuanto ignoramos. A excepción de los bañistas estivales que concurren en la Charca Verde pedricera, pocos son los capitalinos que orillan, si no es para hacer befa del río.
Pocos los que lo han remontado hasta sus veneros, en las haldas de las Guarramillas, vulgo Bola del Mundo.
Pocos también los que saben de su curso bajo, en la confluencia con el Jarama, donde crea cortados yesíferos y se configura como parque regional.
Y menos aún los que han seguido el discurrir del río por el bronco entorno granítico de la rampa de Colmenar. Hora es de remediar tanto desdén hacia el río que riega la capital.
Quizá sea la garganta labrada a su paso por las que hoy son tierras de Colmenar Viejo el trecho más desconocido del Manzanares.
Brincando de cancho en cancho, el agua pura, aún serrana, acompañará al caminante por esta hendidura que en otros tiempos tapizaron encinas y enebros, y de los que hoy sólo quedan restos.
El punto de partida será el puente por el que la carretera de Colmenar a Hoyo salva el cauce. Allí mismo surge un camino -en realidad, la parte superior de una conducción del Canal de Isabel II- que, serpenteando a media ladera por la margen izquierda, nos guiará durante el primer kilómetro y medio de paseo por estos pagos.
De momento, nada permite vaticinar los paisajes gloriosos que se avecinan. En derredor de la densa: sauceda, todo es ruina: molinos abandonados, una lavadora arrojada al abismo porque tal vez ya no centrifugaba como Dios manda y una docena larga de vehículos despeñados o a medio despenar. ¿Anduvo Paco Costa rodando aquí la. serie La segunda oportunidad? ¿Se trata de un pasatiempo local? Cualquiera sabe.
Extinguida la vía que traíamos, tomaremos un sendero a mano derecha para descender hasta la desembocadura del arroyo de Navarrosillos, en el Manzanares.
Por cierto, que no hace falta ser el mayordomo del algodón para reparar en lo sucio que baja aquél. La espuma que arrastra la corriente -ya sea un batido de detritos, detergente biodegradable o nata montada- es de juzgado de guardia.
Una vez aquí, la garganta se dilata, permitiendo la progresión junto al cauce entre juncos y zarzas, hasta que, al llegar a un recodo del río, la senda asciende en perpendicular y nos remonta a alturas desde las que se domina un panorama soberbio: abajo, el hilo azul y verde del Manzanares encajado en la brecha berroqueña; alrededor, prados salpicados de encinas, y cerrando la perspectiva, Cuerda Larga, por un lado, y Madrid, por el otro. En lontananza, las torres de Puerta Europa se ven como dos colmillos...
La trocha corre junto a una valla de propiedad, desciende luego en picado hacia la orilla, sobrepasa una serie de construcciones en diverso estado de ruina -ojo a los aljibes, no se descalabre nadie- y gana de nuevo altura para entroncar con la vereda que, ya en bajada, nos ha de conducir hasta el puente de la Marmota. En él, los caminantes han de perder toda esperanza de proseguir río abajo.
Una tapia de mampostería, una auténtica muralla, impide el acceso al monte de El Pardo. Como por mirar no te cortan la cabeza, desde el puente podemos asomarnos a este antiguo cazadero real, a su tupido encinar y a la cola del embalse dpnde el Manzanares es hogar de una importante avifauna.
Una faceta del río, ésta del embalse de El Pardo, que sólo conocen cuatro gatos. Una más.
Camino de ida y vuelta
Dónde. El puente desde el que se emprende la caminata está a unos tres kilómetros de Colmenar Viejo, por la carretera que lleva a Hoyo de Manzanares (M-618). A 31 kilómetros de la capital, Colmenar tiene acceso por la autovía M-607, que dispone asimismo de carril-bici. Líneas de autobús: 721 y 724, con salida de la calle de Mateo Inurria (Herederos de J. Colmenarejo, teléfono 350 73 42).Cuándo. Cualquier época tiene sus alicientes; incluso en verano, que la garganta granítica se pone al rojo, cabe darse un remojón en las pozas previas a la confluencia con el arroyo de Navarrosillos. Cólmenar celebra la Fiesta de la Maya los días 2 y 3 de mayo.
Quién. Miguel Ángel Acero presta gran atención al Manzanares en su guía Madrid, a la búsqueda de su naturaleza (Penthalon, 1995) y propone itinerarios complementarios por la linde del Monte de El Pardo, La Predriza y los cortados yesíferos del curso bajo.
Cuánto. La citada guía cuesta 1.800 pesetas. Otro gasto a tener en cuenta es el del almuerzo: en el restaurante Las Vegas (carretera de Guadalix, kilómetro 1; teléfono 845 41 77) dan un buen cordero y buen cochinillo.
Y qué más. El regreso desde el puente de la Marmota se efectuará por el mismo camino. La marcha, de 12 kilómetros, ocupa alrededor de las cuatro horas, sin contar descansos ni otras incidencias.
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