Tres príncipes al asalto del 'trono'
Los tres partidos, PP, Par y PSOE, que gobernaron en la pasada legislatura optan a la presidencia aragonesa
Cada uno de ellos procede de una provincia distinta de las tres que componen la Comunidad Autónoma de Aragón. Representan a los partidos que, vía pacto poselectoral primero (coalición Par-PP) y moción de censura más tarde, se repartieron los cuatro años de la tormentosa legislatura que acaba de concluir. Sólo uno de ellos se presentó como candidato a la presidencia, Santiago Lanzuela (PP), pero por el pacto con los regionalistas la debió ceder a un hombre del Partido Aragonés, Emilio Eiroa, que no era, sin embargo, el cabeza de lista de su formación. El aspirante del PSOE, Marcelino Iglesias está considerado como la opción de emergencia, ante el desastre que ha dejado en herencia el que fuera líder absoluto de los socialistas y que ahora espera a sentarse en el banquillo de los acusados, José Marco. Son los tres príncipes que aspiran a ocupar el trono del que fuera Reino de Aragón
Emilio Eiroa (nacido en 1935 en Asturias aunque reafincado hace décadas en Zaragoza) es abogado, miembro fundador del Partido Aragonés Regionalista (luego este último término desapareció manteniéndose sin embargo las siglas) y se presenta como el candidato de la experiencia. Ha tenido que vivir los dos últimos años como si estuviera en el exilio interior, tras ser desalojado por Marco, el tránsfuga Gomáriz e Izquierda Unida. Este periodo lo ha dedicado a tratar de ejercer de presidente legítimo frente al okupa, como bautizó la derecha al dirigente socialista.
Eiroa ha empleado este tiempo en mantener conversaciones con todo tipo de asociaciones y grupos para convencerles de que la única forma de gobernar en esta comunidad es: "No mirando hacia Madrid, sino mirando hacia Aragón".
Sus planteamientos se hacen siempre cubriendo los objetivos con el manto de la "identidad aragonesista". Con el tono tranquilo de un letrado que lee las conclusiones ante el tribunal, habla de futuro y de la manera de que Aragón ocupe el lugar que le corresponde en el Estado. Respetando sus señas propias y siempre desarrollando un programa de "alta sensibilidad social". Agua y autonomismo son, así, sus dos puntos fundamentales de reivindicación, como garantías de cohesión territorial y de riqueza y fuente de vida. Sus detractores le recuerdan el comportamiento autoritario que mantuvo en su etapa de representante municipal en los últimos momentos del tardofranquismo. Sus defensores hablan de su capacidad de diálogo, su honestidad y su condición de "hombre tranquilo".
La riqueza, según el candidato del Partido Popular, Santiago Lanzuela (Teruel, 1949), debe venir del desarrollo en esta comunidad de grandes proyectos empresariales, que incluyan un mejor aprovechamiento del agua en tareas agrícolas o el rescate de algunos planes que ya estaban en marcha cuando ocupó la cartera de Economía en el Gobierno de coalición presidido por Eiroa. Su concepto de desarrollo autonómico está, lógicamente, dentro de las coordenadas de equiparamiento competencia! para todas las comunidades previsto por el PP.
Con maneras de médico de pueblo explicando al paciente que tiene una enfermedad grave, desgrana su diagnóstico sobre el Aragón que ha dejado Marco y el que podría ser si, bajo su mandato, la región ocupara el puesto que le corresponde por su extensión territorial, la décima parte de la piel de toro.
Se exculpa de las críticas por el borrón que apareció al final de su gestión y que motivó que el Parlamento autónomo le abriera -—a instancias socialistas y como respuesta a una acción similar contra su líder José Marco— una comisión de investigación que no consiguió exculparle al pillarle el tren del final de la legislatura.
Su licenciatura en Ciencias, Económicas le llevó a estar fuera de España, como funcionario de instituciones internacionales, hasta que a finales de los ochenta el ya pujante José María Aznar (que en varias ocasiones ha tenido que desplegar su paraguas protector ante los ataques externos e internos a su hombre) le invitara a sembrar la semilla aznarista en las tierras centrales del Ebro. Lanzuela ha hecho que su presidente nacional parase el coche en plena autovía de Madrid y bajase a otear los terrenos de la Base Aérea de Zaragoza, en los que quiere instalar un macro centro de desarrollo aeronáutico que consolide la pujanza de este valle y por ende de Aragón.
La pujanza de Aragón sólo se podrá realizar, según el socialista Marcelino Iglesias (Huesca, 1951) tras un pacto con la naturaleza. Este es uno de los puntos de encuentro que quiere lograr el tercer candidato en liza, a quien la cúpula renovadora del PSOE le ha encargado que lleve a cabo la regeneración en las maltrechas filas del socialismo aragonés, del que también salió Roldán y que fue definido como el Beirut de los socialistas españoles. Los otros puntos fuertes de su candidatura abordan el pleno desarrollo, solidario, autonómico; el acuerdo para el progreso económico y social y una distribución más justa de la riqueza en Aragón.
La biografía de Iglesias hace hincapié en que nació .en Bonansa, un pequeño pueblo en las laderas del corazón pirenaico que hace de límite entre Francia, Cataluña y la provincia de Huesca. El pueblo que alumbrara bastante antes que a él a Joaquín Maurín, periodista y fundador del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM).
Iglesias ha conseguido, tras ocho años al frente de la Diputación Provincial de Huesca, limpiar la imagen y la gestión que dejó su predecesor y también militante socialista Carlos García. Ha desarrollado una política basada en los Pirineos como "un mundo en sí mismo".
Fervientemente vinculado a la cara norte de la cordillera (lo que le lleva a ser recibido con más calor en algunas localidades del sur de Francia que acogieron a los refugiados de la represión franquista, que en las asambleas zaragozanas del PSOE, bajo control marquista) le une una gran amistad con el nuevo líder de la izquierda francesa, el candidato a presidente Lionel Jospin.
En tono casi de confesión de cura progre cuando habla, Iglesias explica su programa en la certeza de que para desarrollarlo tendrá que "dar una vuelta de calcetín" a su propia organización.
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