La patria
La humanidad tiene ya una patria común que es la informática. Esta patria se halla ahora contenida en pequeñas cajas de diseño aséptico y puede ser accionada con la yema de los dedos. En el futuro el tamaño de estas cajas, la dimensión de esta patria universal se reducirá aún más hasta perfeccionarse totalmente: la humanidad entera podrá transportarse a sí misma en el bolsillo en una diminuta petaca junto al llavero. La sabiduría acumulada, la experiencia de la historia, los de seos más privados, todas las formas del sexo, después de ser convertidas en dígitos, estarán a disposición de cada uno con sólo pulsar levemente el teclado con la pulpa del índice. Este leve impulso hará que todo lo imaginable sea posible. La informática es ya una patria común, el resto, o sea, la moral, se reduce a tener limpia la acera de casa. Pero también esta acera pronto será universal. Saldrá uno del portal y se encontrará frente a los leprosos de Calcuta, y los criminales de Nueva York. El corazón del mundo se mueve en sístole y diástole. Se contrae informática mente y se dilata en imágenes. Cada latido reduce a la unidad microorgánica de los ordenado res todo el bien que los humanos han conquistado; ese mismo latido expande imaginativamente la miseria que la gente genera sin cesar y la llevan hasta la intimidad de todas las almas. Los límites de la patria común vienen ya marcados por un simple teclado. En estos ordenadores del séptimo día el teclado no podrá ser inferior a la yema del dedo que lo impulsa, de modo que ella es en realidad el mapa de nuestro universo. A través de los dedos en tramos ya en la biblioteca del Congreso, en el mercado de la esquina, en la cama de la amante desconocida que hemos enamorado o capturado digitalmente en Australia. A su vez todo el mal de la humanidad se ha transformado en imágenes y con ellas somos alimentados. Si uno apaga el televisor se convierte en un inocente. Si uno se pone unos guantes de boxeo y no puede apretar las teclas del ordenador se convierte en un exiliado del mundo.
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