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Tribuna
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Más que unas municipales

El presidente de la comunidad de Madrid acaba de pedir a los electores que no sean esquizofrénicos y que, si desean fastidiar a Felipe González, esperen a que se presente como candidato en unas elecciones generales, no vaya a ser que por fastidiar al presidente del Gobierno se castiguen a sí mismos eligiendo alcaldes incapaces de limpiar de basura las ciudades. Las próximas elecciones son municipales y autonómicas y los ciudadanos deberían mostrar la capacidad de discriminación que se le supone a un electorado adulto: el día 28 no elige usted presidente de Gobierno, sino alcalde de su pueblo y presidente de su comunidad.Con tan prudente recomendación, Joaquín Leguina olvida que los electores, porque así lo establece la Ley de Régimen Electoral, votan más a partidos que a personas y que lo que está en juego en las próximas, elecciones no es exactamente el nombre del alcalde o del presidente de la comunidad, sino el partido que ostentará el poder en municipios y comunidades autónomas durante los próximos cuatro años. Leguina pasa por alto que en España se votan siempre listas cerradas y bloqueadas, propuestas a los electores por los organismos competentes de los partidos políticos. No hay ahora. ocasión de debatir si es ésta la mejor fórmula para garantizar la representatividad del voto; las hay mejores y las hay peores. La cuestión no es ésa, sino que en cada elección -legislativa, autonómica, municipal- los votantes se pronuncian sobre partidos, no sobre personas, aunque, naturalmente, el nombre del candidato que encabeza la lista pueda reforzar o debilitar el atractivo electoral del partido.

Y, como elegimos partidos, la única conducta esquizofrénica consistiría en hacer abstracción, en las sucesivas votaciones a las que somos convocados, de la política desarrollada por un determinado partido desde los diferentes planos de poder para los que en ocasiones lo hemos elegido. No es en absoluto irrelevante para la decisión de votar en unas elecciones municipales a un partido o a otro -o votar en blanco, o no votar- sopesar cuál ha sido la política de ese partido en cuestiones que afectan no sólo a la vida municipal o autonómica, sino a la nación y al Estado. Por ejemplo, indultar a un reincidente torturador o iniciar una campaña en defensa de los GAL puede ser más de lo que un votante del PSOE esté dispuesto a admitir: si un Gobierno socialista concede ese perdón o emprende esa cruzada, alguien que haya votado al PSOE en las últimas elecciones generales para que hiciera otras cosas no habrá perdido. la razón, sino que la tendrá sobrada, si manifiesta su lejanía de esa política en la primera ocasión que le depare el calendario electoral. Mala suerte si esa primera ocasión afecta a los candidatos a alcaldes o presidentes de comunidad.

Ciertamente, no estamos en abril de 1931 y cualquier intento de interpretar estas elecciones en términos de, plebiscito sobre el régimen carece de sentido: contra lo que ocurría entonces, la monarquía parlamentaria se sostiene hoy sobre un amplio consenso social y político al abrigo de cualquier elección. Tampoco puede entenderse, a pesar de que muchos así lo quisieran, como un plebiscito sobre el Gobierno, que mantendrá su legitimidad, aunque pierda apoyo popular, mientras disfrute de mayoría parlamentaria. Mucho menos que derrocar un régimen o derribar un Gobierno, pero algo más que elegir alcaldes y presidentes de comunidad, el resultado de estas elecciones será como el anuncio del inmediato destino que aguarda a los diferentes partidos si mantienen su actual trayectoria y liderazgo. En este sentido, las próximas elecciones municipales y autonómicas podrían tener el mismo alcance, aunque en dirección contraria, que el de las generales de 1993. Entonces, González reafirmó su posición en el PSOE y Aznar sintió temblar la suya en el PP; ahora, Aznar podría salir reforzado y González camino del retiro. Aunque nadie vote a ninguno de los dos.

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