Mala noticia
¿Recuerdan hace un par de meses, el apocalipsis? Cada día Trafalgar, cada hora Cavite, otra vez la miserable sensación de ser españoles. Los periódicos también, con su lujuria infográfica, pero las televisiones, y las radios, oh, las radios sobre todo... España caía, España era un infamante duro sevillano, una viruela del tiempo, un despropósito, y hasta versos del pobre Jaime Gil escuché yo una noche en un taxi, de todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España... España era pura calderilla. Otra vez, como en los sesenta, sólo abrevadero; otra vez la mugre del hidalgo: posada y pernada. Otra vez los españoles encerrados en su piel, otra vez cruzar la frontera con la sensación del que flojea de remos, maravillados ante cualquier moneda, ante cualquier orgullo, otra vez como antes sólo posible hacer de señores en Evora y en Lisboa, arrabales, en fin, del imperio de la melancolía.La peseta se hundía
Y todos con ella.
España, sol y moscas, solar en venta.
Ayer, en cambio, el mundo estuvo muy correcto, muy prudente, muy mesurado. Ayer, la empalagosa, funeraria retórica entró en silencio técnico. La peseta se recuperaba, pausadamente, modestamente. Pero llegaba hasta los márgenes anteriores a Cavite. Nadie habló, nadie subrayó, no hubo dibujitos animados en los telediarios, ni hidalgos tronantes extendiendo la piel de toro al sol. Ni siquiera los economistas mediáticos discurseaban -previendo el pasado, fieles a su oficio-, con esa punta de decepción parecida a la del hombre del tiempo atrapado en la bonanza.
De acuerdo: las buenas noticias no son noticia.
Pero en el desastre general de España recientemente instaurado que suba la peseta es una mala noticia. Y como tal hubiera debido ser tratada. Con hartazgo de metáfora y chascarrillo. Con el chuzo de punta.
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