A la caza del jugador
La preocupación por la violencia abre debates como el que hoy empieza en Barcelona. Es una ocasión única analizar un nuevo fenómeno: la violencia dirigida a los protagonistas lejos del escenario deportivo.Filippos Bakos fue sacado de un taxi y agredido por un grupo de jóvenes 10 días después de haber decretado el penalti que dio la Copa griega al Panathinaikos en el tiempo de descuento de la final ante el AEK de Atenas. El jugador argentino del Benfica Claudio Caniggia fue atacado en su coche en Cintra, donde había sido expulsado durante el derby perdido por 2- 1, ante el Sporting.
Es un tipo de violencia aún más siniestro que las peleas entre hinchadas. Supone una alarmante continuación del síndrome Escobar, cuyo asesinato tras haber marcado un autogol en un partido Colombia-Estados Unidos dejó estupefacto al mundo. En los 10 meses que nos separan de la muerte de Escobar ha habido de todo.
Los extremistas argelinos asesinaron a Rachid Haraigue, presidente de la federación de fútbol. Jean-Frangois Filippi, presidente del Bastia después de la tragedia del estadio Funani que causó 17 muertos y 2.000 heridos, fue asesinado en diciembre, días antes del juicio. El colombiano del Parma Faustino Asprilla se vio involucrado en incidentes con intercambio de tiros mientras celebraba las navidades en su pueblo natal. El brasileño Romano recibió el impacto de una lata de cerveza en una trifulca nocturna en Río de Janeiro. Su compatriota Julio. César vio truncada una salida nocturna en Dortmund al serle vetado el acceso a un club por ser negro. El turco-suizo KubilayTurkyilmaz tuvo que pedir al seleccionador suizo Roy Hodgson que no le convocara para un partido Turquía-Suiza por recibir amenazas de muerte.
En la República Checa, Martin Parizek, portero del Svarc Benesov, fue agredido por hinchas del Sparta Praga tras el encuentro histórico del Svarc. Gianluca Luppi, defensa del Fiorentina, recibió amenazas de muerte y le incendiaron el coche tras la derrota por 8-2 ante el Lazio.
La pauta es peligrosa y puede cundir el ejemplo de Brian Laudrup. El danés, asustado hace dos años por las amenazas que él y sus compañeros del Fiorentina recibían mientras se consumaba el descenso, envió a su familia a Dinamarca y vivió sus últimos días en Florencia atrincherado en su casa.
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