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La compleja conquista del votante de Le Pen

Chirac y Jospin intentan responder a las necesidades de los lepenistas

Tras la primera vuelta de las presidenciales, los demócratas franceses andan locos con el 15% de votos que obtuvo el Frente Nacional (FN). El partido y sus dirigentes son indeseables, pero los votantes ya son otra cosa: "Ciudadanos desesperados" por la extensión del paro, la inmigración clandestina y la inseguridad.

Para los partidarios de Jacques Chirac y Lionel Jospin, ese 15% son 4,5 millones de votos, es decir, más incluso de los que necesitan sumar a los que ya consideran seguros para poder ganar. De ahí que Alain Juppé, ministro de Exteriores, hable de ellos como "franceses desorientados que expresan todo tipo de preocupaciones dignas de ser tenidas en cuenta". El ex ministro socialista de Cultura, Jack Lang, por su parte, considera que "buena parte de los votantes del Frente Nacional irán a parar naturalmente a Lionel Jospin". A Jacques Delors, el trasvase quizás le parece menos natural, pero también cree, que los socialistas deben ser "notarios de las aspiraciones, los temores y las condenas" manifestadas por los votantes de Jean Marie Le Pen.

¿Quiénes son los votantes del líder fascista francés? La tradición los quería maduros, ricos, partidarios de la Argelia francesa y del mariscal Pétain. La realidad les ha ido rejuveneciendo y proletarizando. Algunos sondeos aseguran que Le Pen atrae el 27% del voto obrero en activo y un 3 1 % de los parados, mientras otros reducen su electorado popular y dejan los porcentajes en un 20% y un 27%, respectivamente. Sea cual fuere la verdad, lo cierto es que el discurso de Le Pen, erigido sobre la expulsión de los inmigrantes, el restablecimiento de la pena de muerte y, muy especialmente, sobre la idea de "Francia para los -franceses", acompañada de una restricción del derecho a la nacionalidad, logra gran atención entre los trabajadores.

El sociólogo Emmanuel Todd, cuyas tesis tanto han influido en el giro social de Chirac, quiere "distinguir entre los dirigentes del Frente Nacional y sus electores".

El filósofo y novelista Bernard Henri-Levy se niega a esta falta de compromiso del electorado de Le Pen y afirma que "quienes votan al Frente Nacional no lo hacen a ciegas y relaciona los más de 4,5 millones de sufragios con una tradición que tiene que ver con Pétain, Vichy, Maurras, Mounier o el affaire Dreyfus. "No es un voto epidérmico, flotante, volátil", sino una opción "estructurada, enraizada en el país".

Obviamente, no hay razón alguna por la que pensar que los ciudadanos que depositan en las urnas su apoyo por Jospin, Chirac o Balladur son gente consciente, a la que nadie engaña, y en cambio haya que imaginar a los lepenistas víctimas de una estafa ideológica. Hitler ganó las elecciones y la gran mayoría de los alemanes no sabían que con ello ponían la primera piedra de Auschwitz, pero sí, en cambio, que ese tipo de bigote recortado era un furibundo antisemita y antidemócrata.

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El discurso racista de Le Pen ya no blande la idea de una raza superior, sino que se limita a constatar la existencia de "razas" y a reivindicar el "derecho a la diferencia". Y los "diferentes" no deben vivir como "iguales", sino cada cual en su país, sin mezclas indeseables. Para Bernard Henri-Levy, quienes dan respaldo a esas tesis no son "protestatarios", sino "xenófobos recalcitrantes". Todd no se conforma con la condena político-moral y busca explicaciones en la obsesión por el 'Tranco fuerte, que favorece la producción de bienes con gran valor añadido por trabajadores muy cualificados y penaliza a los jóvenes o inmigrantes con poca cualificación", y contextualiza el éxito de Le Pen en las zonas obreras: "La alienación proletaria no hay que relacionarla sólo con la inmigración. En 1988, el índice de paro era del 9,4% y bajaba, pero ahora es del 12,4% y aumenta".

Mientras candidatos y teóricos discuten sobre la naturaleza del voto y de los votantes, Le Pen no desaprovecha la ocasión y siembra la confusión al elogiar a Jospin porque "es un hombre honesto e incorruptible". El entusiasmo no es inocente y tiene una doble intención: subrayar que el candidato socialista está a favor de introducir una dosis de proporcionalidad en la representación parlamentaria, algo que daría escaños al FN, y que a Chirac no se pueden aplicar los mismos adjetivos. Hay quien teme que el futuro presidente francés sea rehén de los votos fascistas. El peligro no está ahí, porque nadie es propietario de los votos, sino en el hecho de que los mecanismos de la organización. social francesa parecen haber perdido capacidad de integración y de creación de ciudadanía al tiempo que los viejos adjetivos descalificadores -fascista o racista- han dejado de ser sentidos como un insulto.

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