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LA SUCESIÓN DE MITTERRAND

La derecha intenta recomponerse para batir a Jospin

Chirac tiene que coquetear con los ultras de Le Pen y mimar a los "traidores" de Balladur si quiere ser presidente

Enric González

Jaques Chirac se mantiene en la carrera hacia el Elíseo, y es aún favorito. Pero tiene por delante un escenario de pesadilla. La derecha, su electorado para la segunda vuelta, está partida en tres pedazos de tamaño similar y características muy distintas: el gaullismo que lidera él mismo, rural y populista (20,6%); el recién nacido balladurismo, urbano, conservador y europeísta (18,5%), y la pujante masa de Le Pen, fuerte en los suburbios más pobres y conflictivos, necesaria y a la vez indeseable (15,1%). Chirac se encerró ayer con sus colaboradores para diseñar su nueva campaña, que no podrá parecerse a la desarrollada hasta ahora. Chirac preconizaba "el cambio", rechazaba "la disyuntiva derecha-izquierda" y advertía sobre "el riesgo de la fractura social".

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Tenía razón en eso último, y lo ha sufrido en sus propias carnes: la grieta social, que separa a los franceses que tienen de los franceses que no tienen, ha estado a punto de tragárselo. La "fractura social", la insatisfacción, el miedo, han sido terreno abonado para el ultraderechismo xenófobo de Jean-Marie Le Pen, que le ha robado miles de votos allí donde el alcalde de París creía haber sembrado mejor su mensaje.Sobre el cambio, queda claro que muy pocos le han visto en condiciones de encarnarlo. Sus votos son más o menos los de 1988, el 20% que suman su fiel mundillo rural y los distritos acomodados de París. En cuanto a su esfuerzo por cabalgar simultáneamente sobre la izquierda y la derecha, el veredicto de las urnas ha devuelto a Chirac a su sitio de siempre: a la derecha convencional, donde no caben florituras pseudoprogresistas. "Hemos cometido un gran error", reconocía ayer uno de los diputados chiraquistas, "al creer que orden público e inmigración ya no eran problemas prioritarios. Con sus votos al Frente Nacional, los franceses nos han recordado que sí lo son".

Chirac ya lanzó un guiño al electorado de extrema derecha en el breve mensaje que leyó en su sede parisina tras conocerse su mediocre resultado del domingo. No cupieron dudas sobre los destinatarios de sus menciones a "Ios patriotas" y a "aquellos que aspiran a más seguridad en su vida cotidiana". Como en las presidenciales de 1988, como en las legislativas de 1993, el líder gaullista tendrá que mantener un doble juego. Rechazar con una mano a Le Pen, como figura indeseable, y acariciar con la otra mano a sus votantes.

La primera vuelta del domingo ha evidenciado dos realidades inquietantes: una, que el ultraderechismo francés no es un fenómeno pasajero, sino fuerte y estable; otra, que se alimenta de la desesperación y recoge votos en las zonas más deprimidas. El 16% de sus votos procede de desempleados, el 16% de obreros, el 19% de jóvenes, gente toda ella que solía ser de izquierda y ha votado al Frente Nacional. En todo el este de Francia, desde Alsacia hasta el bastión marsellés, Le Pen ha obtenido resultados espectaculares. En Lille, capital del norte, tradicional bastión socialista, ha obtenido un asombroso 16,1%. En estas condiciones, no es impensable que el grueso de los votos lepenistas, votos de protesta, deseosos de un auténtico cambio, vayan hacia Jospin y no hacia Chirac. Jack Lang, ex ministro de Cultura mitterrandista, causó un cierto escándalo al pronosticar en televisión que los votantes de Le Pen se desplazarían "naturalmente hacia Jospin", pero su idea no era descabellada.

Le Pen odia a Chirac, y ha prometido varias veces que jamás le proporcionará un Voto. Además, a Le Pen le interesa una reforma del sistema electoral que prime la proporcionalidad, para obtener una buena representación parlamentaria. Y, en su programa, Jospin propone una reforma en ese sentido. El líder del FN dará consignas de voto a su gente el próximo 1 de mayo.

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En el otro flanco de Chirac está el balladurismo. En el ya citado mensaje de la noche electoral, el candidato de la derecha dijo que "la esperanza popular" podía "encarnarse en un poderoso impulso reformador". Al desván el cambio, y a desempolvar el reformismo tan caro a Édouard Balladur. Si al alcalde de París, qué detesta visceralmente el ultraderechismo, le incomoda coquetear con los electores de Le Pen, lo de recuperar y mimar a Balladur y sus "traidores" ha de sentarle aún peor.

Chirac soñaba con humillar a su antiguo "amigo durante 30 años" y con "mandarle al purgatorio," (las palabras son suyas) en compañía de Nicolas Sarkozy, François Léotard y todos los que pasaron semanas llamándole "demagogo" e "irresponsable". Nada de eso será posible. El balladurismo, con su 18,5% de votos, será imprescindible para aspirar a la victoria el 7 de mayo. Ayer mismo, Chirac telefoneó a Balladur para agradecer el apoyo que éste le ha ofrecido ya, y para negociar los términos de una reconciliación forzosa.

Como consecuencia inevitable de la supervivencia de Balladur, Chirac no podrá disolver el Parlamento si llega a la presidencia. Los "traidores" conservarán sus escaños, y Chirac, que se proponía como "presidente fuerte", será en realidad el presidente más débil y maniatado de la V República.

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