Nostalgias de ruptura
"Ha sido un golpe al continuismo que pretende mantener una estructura impositiva del Estado". Con el hipócrita do ble lenguaje orwelliano que le caracteriza explicaba HB su intento de asesinato: se trata de romper la continuidad del estado democrático. Quienes votan a HB deben saber que éste pretende negarles el derecho a votar. Así de claro lo han dicho. El destino parece esconder misterios pues quien hace pocos meses propugnaba la segunda transición ha sido casi aniquilado para evitarlo y así anular también la primera. Un intento de romper la continuidad que coincide en el tiempo con algunas voces nostálgicas de lo que en su día fue una imposible ruptura. Pues hay muchas, demasiadas semejanzas entre este intento de asesinato y el consumado en Carrero Blanco.El asesinato de Carrero Blanco tuvo como finalidad política bloquear la transición llevando a -un enfrentamiento civil, único escenario en el que ETA podía alcanzar sus objetivos. No fue el primer acto de la transición política, como se ha pretendido algunas veces; fue el prólogo directo que preludiaba y allanaba el camino para el posterior golpe de Tejero. Ellos, unos y otros, se entienden, pues se necesitan para arrastrarnos en su locura. Y puede que sigan entendiéndose. La semana pasada los mismos lo intentaron de nuevo con idénticos métodos. Una carga explosiva que espera el paso del automóvil y cuya deflagración bloquea la continuidad y conduce a un impasse político. Era el primer acto de un segundo acto que no llegará. Pero otra vez la violencia ha estado a punto de bloquear la democracia llevando al país por la senda de la crispación y la violencia. Por ello debemos extremar la vigilancia. En las últimas semanas se percibe en ciertos ambientes de opinión una cierta nostalgia de la ocasión perdida. Al parecer no se depuró adecuadamente la vieja administración franquista que quedó enquistada en el aparato del Estado y que sería responsable, no sólo del GAL, sino también de la actual corrupción de la democracia. Estaríamos pagando el precio de la reforma, un precio que la ruptura nos habría ahorrado. Habría que replantearse una (otra, distinta) segunda transición, ésta como ruptura. Hay algo de cierto en ello. Pero el argumento es peligroso.
No hubo ruptura, es cierto. De entrada porque Franco murió en su cama y si hubo ley de reforma política fue porque las Cortes franquistas la aprobaron, dato a mi entender esencial y pocas veces analizado. Quienes hoy sienten nostalgia de la ruptura deben recordar que, de haberse producido ésta, se habría producido, con toda probabilidad, en sentido contrario, como casi ocurre el 23 de febrero. Y que si tenemos democracia hoy ésta se debe a las garantías de libertad, respeto a la vida y a la propiedad de quienes, activa o pasivamente, colaboraron con el antiguo régimen, es decir, de una gran mayoría de los españoles "del interior". Pues en 1978 se trataba de firmar la paz, no de rediscutir la victoria. Lo contrario es, digámoslo claro, ser franquista pero en negativo es decir, ser un nostálgico de la Guerra Civil que le perdió. Como otros lo son de la Guerra Civil que se ganó. Muchos, creo que la mayoría de los españoles, somos nostálgicos de que hubo Guerra Civil. Son posiciones muy distintas y conviene no confundirse de bando.
De modo que la crispación de la política entre derechas e izquierdas, superado cierto punto de sano debate doctrinal e ideológico, abre la pregunta clave: ¿se trata de profundizar en la paz sellada con la Constitución de 1978 o se trata de apropiarse de esa misma Constitución como fortaleza desde la que asediar enemigos ancestrales? Ni la derecha actual es heredera de aquélla, ni la izquierda arrastra su no liviano fardo histórico, pues unos y otros fueron políticamente refundados en 1978. Ése es el punto de referencia común que nos separa de los nostálgicos de viejas rupturas. Para prohibir el asesinato basta el Código. Penal. Para sentar un orden político hace falta un, proyecto de convivencia. Respetémoslo en nuesta retórica.
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