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Los testigos dieron fe de los registros de un piso de los grapos sin participar en ellos

"Firmamos lo que los policías nos dijeron que firmáramos", aseguraron ayer, en la Audiencia Nacional, los cinco testigos que comparecieron en el juicio contra ocho grapos -uno, en rebeldía- a pesar de la amenaza de muerte: recibida días atrás por medio de una nota en el buzón. Todos rubricaron las actas de los registros -el primero, sin secretario judicial- efectuados en 1990 en el piso de los terroristas en su inmueble de la calle de Coslada, de Madrid, sin haber participado en ellos. En consecuencia, los abogados de los procesados pidieron que se tengan en cuenta sus testimonios a efectos de una posible falsificación documental.

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Nueve personas eran las llamadas a testificar. A una ni siquiera se la localizó. Dos presentaron certificados médicos para excusarse. Otra, simplemente, ignoró la convocatoria. Así, sólo fueron cinco -propuestas por la defensa- las que a primera hora de la mañana debieron de abandonar sus viviendas por separado, como para realizar sus quehaceres de cualquier día, y concentrarse en un lugar determinado con el fin de ser trasladadas desde él hasta el garaje de la Audiencia *en un coche policial.La amenaza de muerte que pesa sobre ellas, exigía esa precaución y otras. Por ejemplo, que declarasen sin nombres ni apellidos, sólo numeradas, y ocultas a los procesados y al público. Lo hicieron desde el pasillo contiguo a la sala, una de cuyas puertas estaba abierta para que el tribunal y los defensores, que se habían negado a que su anonimato fuese absoluto, pudieran verlas -Francisca Villalba incluso corrió a cerciorarse (le que nadie les daba consignas tras algún recodo-.

Después, sin embargó, sus palabras sonaron firmes, sin resquemores, a través del micrófono. Los tres hombres y las dos mujeres que se sucedieron ante él no parecieron apenas intimidados por el polémico pasquín confeccionado con letras recortadas de los periódicos y que los grapos consideran "un montaje policial" porque, entre otros detalles, no se autodenominan "Grupo Revolucionario" como figura en él, sino "de Resistencia", error que desde la perspectiva (le enfrente se cree intencionado. Uno se preguntó: "¿Qué interés tendrían en matarme? Ni los conocía". Otro reflexionó: "No tengo miedo de nada. Ya son muchos años. Si me matan, rae han matado". Algunos incluso se identificaron con una entrañable ingenuidad: "Yo soy el portero de la finca"; "yo, la vecina de al lado [de los terroristas]".

Los cinco coincidieron en que firmaron las actas que los agentes les pusieron delante sin haber participado en los registros, en los que, según consta en las diligencias, se hallaron dos revólveres, una pistola, munición, un manual técnico de explosivos, dinero, distintivos y tarjetas de Gas Madrid, documentaciones diversas" mapas de la ciudad y sus transportes...: "¿Cómo no nos íbamos a fiar de quienes trabajan precisamente en la protección de los ciudadanos honrados?". La diferencia fue que uno estampó su rúbrica en la relativa al primero, el 26 de octubre, inmediato a las detenciones de Guillermo Vázquez y María Jesús Romero, y los otros cuatro las suyas en la del segundo, el 27 y ya con secretario judicial.

Las cuestiones que les plantearon los letrados de los terroristas aludieron de manera fundamental a que no acompañaron a los policías en su búsqueda de pruebas, sino que se la encontraron ya efectuada, y en que firmaron sin saber qué firmaban, por lo que podría haberse incurrido en la falsificación de unos documentos públicos, así como a si algún agente les había instado a no comparecer, lo que negaron.

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"Estaba abajo, limpiando. Un policía me dijo que subiese [al apartamento]. Lo hice. Entré en él. Había varios más, no recuerdo cuántos. Me dijeron que firmase y firmé. No, no leí el acta", manifestó el conserje del inmueble, que estaba deseando concluir con aquel trámite "para seguir fregando". Romero había sido arrestada aquella mañana, la del 26, allí mismo, en el portal. Vázquez lo fue en el interior de la residencia alquilada, cuya puerta hicieron saltar por los aires los geos. Ambos opusieron resistencia.

Los demás testigos fueron requeridos al día siguiente, el 27, cuando comentaban en un descansillo de la escalera lo ocurrido. Todos dijeron haberse personado ante "un señor" que, sentado a una mesa del saloncito, rellenaba un papel con una serie de apuntes. Fue el que les dieron a firmar. "Supongo que nos lo leería como es lógico, pero no estoy seguro", dijo uno. "¿Que si había fotos y documentos? Yo, la verdad, es que tengo la vista fatal", añadió otro. "Estaba tan nerviosa", admitió una. "Siempre pensé que esos funcionarios por fuerza tenían que saber lo que estaban haciendo y que sería lo correcto", concluyó otra.

A su vez, el jefe del grupo operativo de la policía justificó que no se pidiese autorización del juez para el primer registro, en el que se descubrieron los elementos más comprometedores, por la inercia de los hechos y porque la ley prevé esa posibilidad: "Llevábamos varios días vigilando a los grapos. Sabíamos que pensaban secuestrar a un empresario. Pero no el momento justo en que tendríamos que intervenir".

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