En recuerdo de José Manuel Arija

Ahora me entero de que su nombre de guerra en Ruedo Ibérico era Enrique García. El mío era Raúl Torras al final de un largo artículo sobre España y la CEE. Pero él escribía más a menudo. Y escribía ya muy bien, como luego, enseguida, demostró en Cambio 16.Un perfil aguileño, castellano, nuez de Adán pronunciada, acento ligeramente musicado, este hombre ha sido uno de los soportes de la mejor España que se ha ido haciendo desde 1960.

Discreto soporte. Mi recuerdo es el siguiente: 1963, después de las huelgas de Asturias y Cataluña y de la caída del Frente (FLP-FOC-ESSA), un seiscientos blanco viaja de Madrid a Barcelona y otro, en dirección contraria, poniendo en contacto lo que queda, en Madrid y Barcelona, de aquella organización de izquierda no comunista, pero radical.

En un sentido viaja Arija, que descubre Barcelona, la amistad en la clandestinidad entre las dos cabeceras urbanas del país; Cataluña, el federalismo (éramos una organización confederal).

En el otro sentido viajamos nosotros y descubrimos el Madrid real, el barrio de la Elipa, la amistad del matrimonio toledano-yugoslava. Un aroma de futuro se desprendía de aquellos modestos encuentros, del ciclostil y el papel, del radiador en ebullición del seiscientos.

Sólo me sabe mal que no haya vivido para ver en qué queda todo esto y poderlo comentar con el valor añadido de la amistad antigua, difícil y purísima.