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Loach, Semprún

Hay historiadores perdonavidas que al verse obligados a juzgar, sobre un programa de televisión, una película o una obra literaria que tienen a la historia como problema, a un hecho histórico cualquiera como su asunto, bajan la cabeza, sonríen con amistad y dejan escapar por la comisura: "En fin, hay que tener en cuenta que se trata sólo de literatura". De literatura, de periodismo o de cine, es decir, de algo poco serio, inevitablemente superficial. Esta actitud se complementa con la que mantienen periodistas, escritores o cineastas. Cuando al guien les reprocha la inanidad de su discurso, su automática falta de pro fundidad, cuando alguien detecta falta de sudor o de agudeza, de lecturas o de meditación, se emeberrenchinan: "¡Esto no es una tesis doctoral!". Y no lo es, en efecto: el impacto colectivo de sus obras es infinitamente más importante que una tesis doctoral. No hay duda de que en la sociedad contemporánea la fijación del este reotipo sobre el pasado de los hombres y los pueblos es ya también, y so bre todo, un asunto mediático. Por esto último es un asunto de una cierta gravedad que el director cinematográfico Ken Loach haya convertido un capítulo de la guerra civil en un cromo vacío, sentimental y sectario, muy aplaudido por aquí, al parecer, por la valentía con que afronta la disidencia entre las izquierdas españolas. ¡Santa María, madre de Dios! Por eso, y a cien mil leguas éticas y estéticas, es muy importante también el enorme libro que Semprún ha escrito sobre el Mal, uno de esos libros que ninguna cultura va a poder apropiarse de él, por su raíz apátrida, donde lo nazi queda ya fijado para siempre y donde se demuestra que era posible escribir después de Auschwitz.

Sobre Loach ya sé qué van a decir los perdonavidas. Y cómo se va a defender el cineasta. Habrá que atender en cambio a lo que puedan decir sobre Semprún, sólo literatura, al fin, y al cabo.

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