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Héroes y víctimas

La edición española de La escritura o la vida (Tusquets 1995) ha coincidido con el acto celebrado en Weimar para conmemorar el cincuentenario de la liberación de Buchenwald; si el libro de Jorge Semprún -la mejor pieza de una trilogía sobre-el infierno concentracionario que incluye El largo viaje y Aquel domingo- constituye un excepcional testimonio literario, su emotivo discurso en la ciudad de Goethe, muy cerca del lugar donde estuvieron enclavados los hornos crematorios nazis, se pregunta por las dimensiones morales de aquella terrible catástrofe.Exiliado tras la guerra civil española, combatiente en la Resistencia francesa contra la ocupación alemana, deportado al campo de Buchenwald y dirigente comunista en la dura clandestinidad madrileña hasta su expulsión en 1964, Jorge Semprún ha participado en la política democrática como ministro de Cultura entre 1988 y 1991; un impresionante historial que contrasta con las simulaciones biográficas de algunos famosos antifranquistas de oropel. Jorge Semprún cuenta en su libro cómo cruzó en 1992 la verja de entrada de Buchenwald y sintió revivir -"supe que volvía a casa"- sus viejas esperanzas de antaño: el ex deportado 44.904 redescubre las iras y las pasiones de los veinte años, y añora los ilimitados horizontes que la derrota del nazismo pareció abrir en 1945 a una humanidad reconciliada.

Tal vez algunos lectores de La escritura o la vida caigan en la tentación de comparar aquella época con la actual: de un lado, los móviles de generosidad, altruismo y solidaridad que animaron la brava conducta de los combatientes de la resistencia y de los militantes internados en Buchenwald; de otro, los propósitos calculadores, desleales y mezquinos que guían en ocasiones los cautelosos comportamientos de los profesionales del poder en la normalidad democrática. Pero antes de proseguir con esos paralelismos caricaturescos sería preciso recordar que los futuros radiantes por los que murieron millones de hombres durante la primera mitad del siglo XX también sembraron en Europa semillas de odio y fanatismo, de crueldad y crimen; aunque la psicología de los políticos de oficio no provoque admiración, sólo el control democrático de los gobernantes garantiza las libertades de los gobernados. En su discurso de Weimar, Jorge Semprún advierte contra la posible complacencia de los antiguos deportados con sus papeles de héroes y de víctimas, "personajes de una pieza, hieráticos, monolíticos, sin contradicciones". Los supervivientes de Auschwitz, Mauthausen, Dachau o Buchenwald deben trabajar su memoria histórica no tanto para recordar sus sufrimientos como para transmitir a las nuevas generaciones su experiencia. Pese a la indiscutible legitimidad de la guerra sin cuartel de los resistentes antifascistas contra la ocupación hitleriana, la dialéctica de los fines y de los medios nunca pierde del todo su naturaleza problemática; aunque termine apretando el gatillo de su Smith and Wesson, el dedo del joven Semprún vacila -como relata en La escritura o la vida- antes de disparar contra un soldado de la Wehrmacht que se baña en el río una soleada mañana de otoño mientras canta en alemán La Paloma. Pero la excepcionalidad de la lucha antinazi nada tiene que ver con la normalidad democrática de un Estado de derecho. Los discípulos rezagados de Maquiavelo no convencen a nadie cuando disfrazan como salida imaginable de un conflicto moral la eventual autorización dada a un policía procedente de la Brigada Político-social (especializada bajo el franquismo en reprimir a la oposi ción) para encargar a mercenarios del hampa europea la perpetración de atentados criminales contra bares del País Vasco francés frecuentados por etarras refugiados; la ex humación de los cadáveres de Lasa y Zabala, doce anos después de su desaparición, es otra muestra de esa capacidad del mal radical descubierto por Jorge Semprún en Bu chenwald para reaparecer también en las democracias.

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