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LA SUCESIÓN DE MITTERRAND

Juego sucio y calles limpias en la campaña presidencial francesa

Enric González

En la campaña para la elección presidencial francesa, como en todas, hay insultos y jugadas sucias. Pero las calles, al menos, están limpias. La colocación de carteles y la distribución de publicidad son objeto de un reglamento muy estricto, al igual que los presupuestos de los candidatos y el gasto en propaganda.

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Los paneles son nueve, uno por cada candidato, y están distribuidos por todas las poblaciones de Francia, a razón de un juego completo por cada, 2.000 habitantes. Una vez iniciada la campaña, los carteles de propaganda electoral (que pueden ir variando hasta cuatro modelos, no más) deben pegarse en el panel correspondiente, y en ningún otro sitio, bajo pena de multa y conflicto con una Comisión de Control.En cuanto a las circulares por correspondencia, sólo puede haber una por escrutinio: un papel en la primera vuelta, otro en la segunda. Para comodidad del ciudadano, los nueve panfletos de la primera vuelta llegan en un mismo sobre, rellenado, con cargo al Estado, por funcionarios o personal contratado a tal fin. Los boletines, destinados normalmente a detallar el programa, también están limitados a uno por candidato.

Cada candidato, para serlo, necesita un respaldo de al menos 500 firmas de cargos electos, sean diputados, parlamentarios regionales o pequeños alcaldes. Los partidos no cuentan: de acuerdo con la más tradicional definición, la elección presidencial francesa consiste en "el encuentro de un hombre y un pueblo". Pasada esa criba, hace falta reunir fondos, hasta un máximo de 90 millones de francos (unos 2.S00 millones de pesetas), para organizar una campana en condiciones.

De los tres grandes candidatos, Lionel Jospin es el más austero. El Partido Socialista, endeudado hasta las cejas, le ha proporcionado 10 millones de francos,. y el grupo parlamentario, otros tres millones. Él ha obtenido en un banco un préstamo personal de 30 millones, a un interés del 8,5%, indirectamente avalado por el Estado: las arcas públicas devuelven hasta un máximo de 45 millones de francos a los candidatos que superen un 5% de los votos en la primera vuelta. Además, espera recoger otros cinco millones en donaciones privadas. En total, su presupuesto no superará los 50 millones de francos, a los que se sumarán unos 20 millones gastados por el partido. En la campaña de Jospin no hay aviones privados, sino tren y autobús. Tampoco hay grandes comilonas, ni muchos mitines: no más de 10.

El caso contrario es Édouard Balladur. El primer ministro-candidato ha anunciado un presupuesto de millones de francos, el máximo legal. Y él, que no quería hacer mitines cuando flotaba sobre los sondeos, hará finalmente más de 120. El doble que Jacques Chirac y 12 veces más que Jospin.

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Cada mitin le sale a unos 100 francos por participante, según sus cálculos, Y a ello hay que añadir los aviones privados y los coches de alquiler, que consume a cientos. Ahí nunca está claro lo que paga él y lo que le paga el Estado en su calidad de jefe del Gobierno. Balladur ha obtenido un préstamo hipotecario de 30 millones, unos 10 millones en las colectas de los mitines y espera reunir 12 millones gracias a una suscripción pública. Varios partidos de la coalición Unión para la Democracia Francesa le han dado 15 millones más. No llega a los 60 millones. Ya ha gastado unos 70 millones.

Jacques Chirac es, según sus contables, el candidato más popular: las donaciones particulares ascienden a 45 millones de francos. Otros 10 millones han sido aportados por su partido, la Reagrupación para la República, que no ha dado un céntimo al también militante Balladur.

Chirac tiene presupuestados 87 millones, pero no dice de dónde saldrán los casi 40 millones que no salen ni de donaciones ni del partido. Su campaña no es tan abundante en aviones como la de Balladur.

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