El Milan gana desde la trinchera
Los italianos se imponen en el último minuto a un Paris Saint Germain superior gracias a su solidez defensiva
El Milan es un equipo crudo, difícil de tragar para cualquier contrario. En su estructura hay más hormigón que esmalte, pero tiene el pelaje de un conjunto extraordinariamente sólido, disciplinado y profesional. Su andamiaje es capaz de aniquilar atletas de primer orden (Weah) y gacelas reputadas (Ginola). Todo su esqueleto es defensivo, un término peyorativo en el diccionario del fútbol que los milanistas elevan al reino académico.No se trata de una banda de murciélagos colgados de su portería. Su arte defensivo no empana al rival a base de marrullerías o balonazos al cielo. Toda su telaraña se teje desde el orden, desde la militarización voluntaria de todos sus jugadores. Sus problemas emergen en la creación, cuando apresa el balón, un juego de niños para el Milan. Entonces sólo se atisba la magia del montenegrino Savicevic. El resto del paisaje es gris.
El Paris Saint Germain, mejor dotado para el juego ofensivo, vivió siempre enredado. Su juego es un libro abierto: pelotazo al pecho de Ginola, para que el fino extremo francés gambetee sobre la cal y alargue la mirada hacia la cabeza del liberiano Weah o las irrupciones desde la media luna del área de Rai. Desde el inicio los italianos cortaron la vía de Ginola. El francés siempre tuvo tres italianos sobre el cogote. Nunca tuvo aire para maniobrar. Si Panucci, su marcador, le perdía la pista, entonces, a sólo medio metro, aparecían Desailly o Albertini, los dos fontaneros del centro del campo. Ahogado el PSG, el Milan fue más atrevido durante el primer tiempo, y siempre de la mano de Savicevic.
El PSG siempre tuvo mejor intención, más vocación ofensiva, pero el Milan le dejó sin recursos. Para resolver el enrevesado crucigrama italiano, los parisinos sólo encontraron una ecuación: las jugadas a balón parado, la fórmula que envió al Barcelona al paro europeo. Su poderío aéreo es magnífico, pero se topó con Rossi, un guardameta de 194 centímetros.
Alcanzada la segunda mitad, el Milan fue gateando hacia su área. Decidió negociar el empate y se refugió junto a su portero. Su exposición fue más italiana que nunca: pura especulación. Mientras, el tesón francés fue poco a poco diluyéndose. Ausente el brasileño Valdo por decisión técnica, sus trazos siempre fueron geométricos. En medio de su monólogo aéreo, emergió Ginola. Al filo del minuto 83, encontró por primera vez unos cuantos metros para maniobrar y estrelló el balón en el larguero. Fue la mejor poesía del partido, pero aún quedaba una lección. La dictó Savicevic, el jugador del equipo italiano con más magisterio. Atrapó un balón rebotado desde la defensa milanista y engendró el gol de Boban. El PSG murió desde la trinchera rival.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.