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Reportaje:

La democracia en Haití, un castillo de naipes

El presidente Jean-Bertrand Aristide encara la titánica tarea de vencer a la miseria y la violencia y construir un país seguro

Antonio Caño

ENVIADO ESPECIAL El edificio de la antigua comandancia general de las fuerzas armadas de Haití, estratégicamente situado a un costado de la presidencia, alberga hoy al Ministerio de la Mujer, una de las nuevas instituciones creadas para defender los miles de causas pendientes en esta sociedad. No es ésta la única reforma puesta en marcha por el presidente Jean-Bertrand Aristide desde su regreso al país el pasado 15 de octubre. Lentamente se va construyendo el edificio de la democracia, lo que supone un bello espectáculo en la nación más pobre y torturada del hemisferio occidental. Pero, por ahora, es un edificio frágil, sometido a múltiples amenazas, casi un castillo de naipes.

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Misión cumplida

La miseria y la violencia siguen poniendo cerco a los esfuerzos de Aristide, quien, al mismo tiempo se afana por mantener una difícil equidistancia entre sus seguidores -que le piden cambios más radicales-, la burguesía local -que siempre lo ha tenido por su enemigo- y EE UU -que trata de controlar el ritmo y la profundidad de las reformas- "Haití es el típico caso de la botella a medio llenar. Si se mira desde las expectativas que había hace seis meses, la botella está medio vacía. Pero, si se tiene en cuenta de dónde- partió Aristide, está medio llena", opina un diplomático con experiencia en este país.

Ni policía ni tribunales

Si Haití se mira desde el gigantesco basurero de Les Salines, donde se reúnen cada día cientos de personas para saciar el hambre entre los restos del rancho de los soldados norteamericanos, nada ha cambiado aún. Si se atiende a la lista de 25 muertos en acciones de violencia en una sola semana del mes de marzo y si se sabe que la mayoría de los matones del antiguo régimen siguen en la calle, el terror es todavía moneda común. Si se considera que no existe policía ni tribunales ni el más mínimo embrión de un sistema judicial, este país esta muy lejos de ser un Estado de derecho.

Pero algunas cosas se han hecho ya. El ejército y la policía, origen de buena parte de los males de Haití, han sido desmovilizados. En seis meses han sido confiscadas más de 30.000 armas en manos de grupos paramilitares. Los haitianos emprenden modestas iniciativas en su pobre economía, en lugar de lanzarse al mar en busca de asilo en Estados Unidos.

Han sido convocadas elecciones legislativas para el 4 de junio y elecciones presidenciales para el mes de diciembre. El pasado jueves, respondiendo a uno de los mayores deseos de la población, Aristide puso en marcha la Comisión de Verdad y Justicia, integrada por personalidades independientes y encargada de esclarecer los más brutales abusos contra los derechos humanos cometidos por el régimen militar que derrocó a Aristide en 1991. "El proceso de democratización y elecciones seguirá inalterable mientras Haití pasa de ser un país seguro y estable a uno más seguro y más estable", prometió el viernes el presidente haitiano ante Bill Clinton.

No todos comparten esa apreciación. Un informe de la organización America's Watch presentado estos días advierte que Ias tensiones política se están incrementando y, lejos de garantizar la estabilidad, lo único que ha hecho la fuerza multinacional es crear una frágil seguridad que las próximas elecciones pueden romper".

El descontento se ha extendido entre la población, alarmada por el incremento de los precios, la escasez de puestos de trabajo y el aumento de la delincuencia. "Nosotros esperábamos una revolución y lo que tenemos son más dificultades cada día para, alimentar a nuestros hijos", afirma Dalton, mitad chófer, mitad constructor. Aristide, que ha sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz, sigue siendo mayoritariamente considerado "un hombre de buena fe", pero mucha gente se queja en la calle de que no se ha rodeado de las personas apropiadas y de que está siendo demasiado conciliador con la reducida clase de los poderosos.

El presidente haitiano enarbola aún la bandera del lavalas (avalancha), la palabra que define su movimiento, pero bajo, ese nombre parecen haberse refugiado también extremistas a los- que Estados Unidos pide apartar del entorno del Gobierno. La mayor prueba para la débil democracia haitiana llegará cuando la casa de Aristide deje de estar protegida, como está ahora, por soldados estadounidenses y se retire todo el contingente de 6.000 cascos azules, lo que está previsto para febrero de 1996. El número de graduados de la nueva escuela de policía no llegará a igualar esa cifra de 6.000 hasta noviembre de ese año. Funcionarios norteamericanos han admitido ya la posibilidad de que un retén de unos 500 soldados tenga que quedarse en Haití bastante más tiempo de lo previsto inicialmente.

La tradición de violencia en el país que primero obtuvo la independencia en América Latina puede verse- reforzada en los próximos meses si la situación económica no mejora más rápidamente. "La estabilidad de Haití depende de cambios fundamentales en la estructura del poder económico, y esos cambios se ven extremadamente improbables", escribió en la revista Foreign Affairs el especialista Sidney Mintz.

Frente a esa opinión de quien escribe desde un despacho en la Universidad John Hopkins, Jean-Bertrand Aristide antiguo sacerdote jesuita, asegura que, en el caso de Haití, "la historia demuestra una vez más que es posible la construcción de un mundo nuevo".

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