El Sevilla se pasea por San Mamés
El Athletic entra en crisis y la afición arremete contra Irureta
Tenía la parroquia del San Mamés dos dudas fundamentales: ¿cómo se entrena la consecución de goles? y ¿cómo se eleva la moral de un equipo? Irureta las despejó de un plumazo. La segunda, menoscabando la autoestima de los jugadores, al convertir en un valle de lágrimas la baja de Guerrero (olvidándose de paso de la ausencia de Urrutia). La primera la resolvió de forma genial: sentando en el banquillo a Ciganda. San Mamés se quedó perplejo y el Athletic también. Irureta, insatisfecho por la baja de Guerrero e indiferente por la de Urrutia, se inventó la ausencia de Cíganda para afrontar la sequía de goles. El técnico optó por matar al mensajero y el Sevilla le trajo malas noticias.. Luis dispuso la estratagema prevista. Despejó una red pelágica en el centro del cmapo y esperó al Athletic en su parcela. El cerco lo cerraba Moacir y lo abría Soler a su antojo. Molla y Rafa Paz estiraban la cuerda mientras el Athletic hacía de pez. Era un partido jerárquico: el Sevilla superior, el Athletic inferior. Y cada cual asumió su condición (incluidos los banquillos) pero sin especial ostentación del cargo. Bajo tal parafernalia discurrió medio partido con los detalles de Moya y Soler, que arrasaron su caladero y el saber estar de Moacir siempre bien ubicado.
Bien es cierto que el gol llegó de forma poco protocolaria, en una prueba de autoestima de Marcos apra solventar un balón a la medida. El Athletic en todo el periodo no fabricó ni una ocasión de gol, condenado a correr iras el balón con ahínco y sin fe. El gol le hundió en la humildad.
A falta de argumentos para subvertir el orden establecido, la rebeldía imperó en el campo. El Sevilla es acomodó al resultado y el Athletic, con Ciganda en el césped, se produjo entre aspavientos. Ciganda y Alkiza pusieron a prueba a Unzué en los momentos en que el Sevilla se recluyó en su campo y confió los goles a un Moya endiablado. Al final, se impuso el orden. No fue Moya sino Dumitrescu quien restableció la cordura y agotó las ansias del Athletic y la paciencia del respetable. Desquiciado de salida, y condenado a sobrevivir en su miseria, el segundo gol le condujo al infierno. Irureta en cabezó la procesión. San Mamés reclamó su destitución con insistencia. El técnico se aboca a una semana durísima. La afición le tiene en el punto de mira desde el primer partido. Ahora el ataque es general y va en serio.
Para colmo, el Sevilla se permitió el lujo de malgastar un penalti que Dumitrescu envió al poste tras una acción de Andrinua sobre Moya. No ocntento con tal ejercicio de superioridad el propio Moya dispuso de otra ocasión ante el perplejo Valencia, que en su despeje envió el balón a la raya. Eran los momentos más patéticos del Athlétic. Esos minutos en los que el jugador, impotente, desearía que el colegiado concluyera su calvario. Irureta le espera una procesión más prolongada. San Mamés se pobló de pañuelos reclamando su destitución, no sólo tras los goles, sino en los momentos más apáticos del equipo. La semana rojiblanca se antoja conflictiva.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.