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Dos máquinas derriban en cinco horas el edificio 'tapón' de Herrera Oria

Antonio Jiménez Barca

Dos gigantescas máquinas del Ayuntamiento de Madrid convirtieron ayer en realidad, en cinco horas, un viejo sueño de los vecinos del distrito de Fuencarral: el derribo de un edificio de viviendas situado literalmente en medio de la calle del Cardenal Herrera Oria. El inmueble ocupaba seis números de dicha calle, del 247 al 257, y constituía, para el tráfico, un auténtico cuello de botella de 110 metros de largo.

El edificio, que tuvo tres pisos de altura y alojó 40 viviendas y 20 locales comerciales, llevaba cuatro años prácticamente deshabitado y, según cuentan los vecinos, en los últimos tiempos se había convertido en pasto de las ratas.Los antiguos ocupantes, en su gran mayoría, viven desde 1990 realojados en modernos pisos de la Empresa Municipal de la Vivienda, en un bloque situado a escasas manzanas de su antiguo emplazamiento. Uno de ellos, Teodomiro Díaz, de 80 años, tomaba ayer una cerveza muy tranquilamente en un bar cercano ajeno al jaleo del derribo: "Me encanta que lo derriben; no me da ninguna pena, ahora vivo más cómodo", comentaba.

El Ayuntamiento pagó por la expropiación 400 millones de pesetas, 10 por vivienda. No todos estuvieron de acuerdo. Algunos propietarios de comercios se resistían a abandonarlo. El último, un estanquero, dejó el local, tras un acuerdo económico con el Ayuntamiento, a finales del pasado febero. Y 10 días más tarde -tres meses antes de las elecciones municipales- aparecieron los empleados del Ayuntamiento, los técnicos, los obreros y los dos brazos articulados, que es como en rigor se llaman a esas máquinas encargadas de roer edificios a velocidad de vértigo. Éstas, cada una por un lado del inmueble, tardaron menos de cinco horas en reducir a polvo y escombros esta construcción de 1.300 metros cuadrados por planta.

El derribo no sólo beneficia a los conductores que transitan por Cardenal Herrera Oria y que desde la próxima semana disfrutarán de dos carriles más en esa calle (aunque ayer tuvieron que soportar un fenomenal atasco debido a la operación de derribo).

Chocolatada

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Los más contentos ayer eran, sin duda, los vecinos que habitan los. edificios pegados a la construcción derribada. La celebraron con una chocolatada a la que invitaron al alcalde, José María Álvarez del Manzano, y al concejal del distrito, Miguel Martín-Vela, quienes mostraron su satisfacción por el término del proceso. Los vecinos disfrutarán de más luz, de menos ratas y menos mosquitos. Además, ven cumplido algo que les prometieron hace más de 10 años.

"Cuando yo vine aquí, hace 14 años, ya me dijeron que el edificio en cuestión lo iban a echar abajo en unos meses", confirma María Dolores Santos, propietaria de una tienda pegada hasta ayer al edificio reducido a escombros.

"Han sido muchos años de pelea, pero en los últimos tres meses es cuando más hemos luchado: hemos achuchado al Ayuntamiento, hemos ido a plenos y nos han echado de allí; les hemos metido prisa y, por fin, nos han hecho caso; era de justicia: en el edificio habitaban las ratas, las culebras, y era un pozo de basura", comentaba ayer Jesús Manuel Gálvez, otro de los vecinos. La visita del alcalde también fue aprovechada para reclamar una boca de metro.

El espectacular derribo sacó al vecindario a las ventanas y a la calle, que, por un tiempo, se pobló de repentinos especialistas en obras públicas, aficionados a la fotografía y de algún que otro nostálgico. Entre los primeros, la discusión se centraba en cuál de las dos máquinas devoraba más y mejor el edificio. Entre los últimos se incluía Alfonso Sánchez, de 77 años, que, con una vieja fotografía, contaba a quien quería oírle que el inmueble se construyó a principio de los años cincuenta, cuando los alrededores se reducían a un conjunto de descampados y huertas. "En un principio fue la residencia de la escolta de Franco", añadía.

Paquita Cáceres, de 46 años, y 30 en el barrio, sentenció, contradictoriamente: "Para el negocio de mi pensión viene bien, y para todo el barrio, pero toda la vida he visto el edificio ahí, y me da mucha pena que lo derriben; estoy sufriendo toda la mañana de verlo tirar".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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