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Entrevista:

"Madrid es un espacio de gozo"

Manos grandes, pecho ancho, ojos claros, vivos. Su aspecto, una mezcla de fuerza y rebeldía. Su trato, llano. Es Ángel Orensanz, 51 años, el escultor aragonés que en su infancia -asegura- descubrió los colores en los riscos del Pirineo, en las cáscaras polícromas de los huevos de las aves rapaces anidadas en grutas de montañas solitarias. Trabaja incesantemente: tótems perforados, espirales suspendidas, piedra bañada de agua, árboles, armonía. Acaba de exponer en el Coliseo de Roma y en la ciudad alemana de Colonia. Prepara nuevas exposiciones en Tokio, Toronto, en la polaca Wraclaw. En el Marriott de Atlanta se exhibe una de las esculturas más grandes del mundo, obra suya, que envió en barco desde Barcelona. Numerosos críticos extranjeros lo aseguran: Orensanz es hoy el más universal de los escultores españoles vivos. Pasa casi todo el año en Nueva York, donde posee una fundación; se halla instalada sobre el espléndido edificio de una sinagoga edificada en 1850 por Seltzer en NorfoIk Street. Es uno de los pulmones artísticos neoyorquinos. Pero Orensanz tiene otra parte de su corazón en Madrid, donde acaba de exponer en la sede de la Asamblea de Madrid.

Pregunta. ¿Cuál es su principal vínculo con Madrid?

Respuesta. Amo esta ciudad, donde he vivido varios años. Unas cuantas obras mías, concretamente seis, permanecen aquí expuestas. Tengo una casa en Pozuelo de Alarcón: es un palacete del siglo pasado con sabor californiano, cerca de la estación. No dejo pasar un año sin regresar.

P. Como escultor, ¿qué destaca de Madrid?

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R. Su enclave. El espacio diáfano de su cielo. Su gente; Madrid es mas monte que llanura. Es muy campo.

P. ¿Tiene proyectos aquí?

R. Claro que sí. Mis seis obras expuestas aquí no son suficientes. Intento montar una antológica en el Palacio de Cristal.

P. ¿Cuál ha sido su apuesta artística?

R. Combinar el volumen con el viento, el movimiento y el agua, el color y el espacio, la materia consigo misma. He pintado sobre campos, desde avionetas; planté esculturas en bosques, recuperé árboles para el arte, perforé la materia con agua y generé sonidos tangibles. Esta es mi rebeldía: quise dejar hablar a la materia, con la emoción y la sorpresa, en busca de la universalidad.

P. ¿Qué precio ha pagado por esta apuesta?

R. La vida del artista ha de ser una tragedia.

P. ¿En qué sentido?

P. No existe mayor tragedia que la creación. Hay que conjugar incomodidad vital y riesgo; renunciar a casi todo.

R. ¿Conoce la angustia?

P. Nueva York me ha enseñado a conocerla.

R. ¿Hay angustia aquí?

R. No. Madrid es un espacio de gozo.

P. Como artista, ¿qué sugiere a los madrileños?

R. Que salgan a la calle y visiten el Prado.

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